Envejecimiento fecundo
El dulce
envejecimiento consiste en llevar una vida productiva y sana dentro de la
familia, la sociedad y la economía.
La vejez activa refleja el deseo y la capacidad de la
persona, cualquiera que sea su edad, para mantenerse involucrada en actividades
productivas.
Es imprescindible trabajar desde antes de nuestra propia
vejez para desarrollar una cultura donde los años vividos sean valorados por la
experiencia y la sabiduría que implican y no por el grado de deterioro que
conlleven. Una sociedad donde los
mayores generen respeto en lugar de desprecio;
donde los más viejos sean escuchados y cuidados en lugar de ser recluidos
y discriminados. Para lograrlo es
imprescindible el trabajo de todos y el apoyo mutuo entre generaciones.
La vejez no depende de la suma de una cantidad de años, sino
de la calidad de vida que hayamos tenido como seres integrales que somos.
En última instancia, cada uno de nosotros debe aceptar que
es el mayor responsable de su propio envejecimiento. No es solamente la sociedad, ni la herencia,
ni el medio ambiente ni la fuerza destructiva de los mitos sobre la vejez lo
que marcará el estilo de vida que tengamos en esta última etapa de nuestra
existencia, es también y sobre todo lo que nosotros hayamos hecho hasta llegar
allí (incluida, claro, la manera en que hayamos tratado a nuestros mayores).
Dice Elena Jabif que frente a la vejez hay siempre cuatro
posiciones. Tres de ellas son
dramáticamente tristes. La del viejo que
se cree viejo, la del viejo que se cree joven y la del viejo que se cree
muerto. La cuarta suena maravillosa y
factible. Es la del viejo que vive la segunda parte de su vida con tanto valor como
la primera.
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