viernes, 1 de abril de 2016

Del Libro “La Caja” de The Arbinger Institute





- A la vuelta de la esquina, desde donde está mi despacho, hay una sala de conferencias a la que acudo a menudo para pensar y reflexionar sobre las estrategias que convendría seguir.  La gente de mi departamento sabe que esa sala es como una especie de altercados ocurridos durante el pasado mes, ahora tienen cuidado de no programar nada en ella sin mi conocimiento previo.  La semana pasada, sin embargo, una de las empleadas de mi departamento entró en la sala y la utilizó.  Y no sólo eso, sino que borró todas las notas que yo había dejado en el tablero.   ¿Aprueba una cosa así?
- No. Eso está mal – contestó Bud -.  No debería haberlo hecho.
- También a mí me lo pareció.  Me sentí  furioso.  Tardé un tiempo en reconstruir lo que había hecho, y todavía no estoy seguro de haberlo recuperado todo.
Estuve a punto de continuar, de decir cómo llamé inmediatamente a la mujer en cuestión a mi despacho, que me negué a estrecharle la mano y que sin pedirle siquiera que se sentara, le dije que jamás volviera a hacer algo así, si no quería empezar a buscarse un nuevo trabajo.
-  ¿Cómo encaja esa situación en el autoengaño? – pregunté.
- Bueno – contestó Bud -, déjeme hacerle antes unas pocas preguntas y quizá pueda contestarse usted mismo la cuestión.  Dígame qué clase de pensamientos y sentimientos experimentó hacia esa mujer al descubrir lo que había hecho.
- Bueno, supongo que pensé que no había sido muy cuidadosa.  De hecho, fue descuidada.  – Bud asintió, dirigiéndome una mirada inquisitiva que me invitó a seguir hablando -.  Y supongo que pensé que había sido una estupidez por su parte hacer lo que hizo, sin preguntarle antes a nadie.  Y también pensé que había sido presuntuosa y abiertamente autosuficiente.
- A mí también me lo parece así – asintió Bud -. ¿Algo más?
- No, al menos que pueda recordar.
- Bien, déjeme preguntarle ahora:  ¿sabe para qué quería esa empleada utilizar la sala?
- Pues, la verdad, no.  De todos modos, ¿qué importa?  Eso no cambia el hecho de que no debería haberla utilizado, ¿verdad?
-Probablemente no – contestó Bud -.  Pero veamos otra pregunta:  ¿sabe usted su nombre?
La pregunta me pilló por sorpresa.  Pensé un momento, pero ningún nombre acudió a mi mente.  Ni siquiera estaba seguro de haberlo oído decir.  ¿Lo había mencionado mi secretaria?  ¿O lo dijo ella misma cuando tendió la mano para saludarme?  Mi mente buscó un recuerdo, pero no encontró nada.
“Pero ¿por qué iba a importar eso? – pensé para mis adentros, envalentonado -.  Está bien, no sé su nombre, ¿y qué?  ¿Me hace eso perder la razón, o qué?”
-No, supongo que no lo sé.  En todo caso, no lo recuerdo – admití.
Bud asintió con un gesto de la cabeza, llevándose una mano a la barbilla.
- Veamos ahora la pregunta que realmente quisiera que considerase.  Suponiendo que esa mujer sea realmente descuidada, estúpida y presuntuosa, ¿supone usted que es tan descuidada, estúpida y presuntuosa como la acusó de ser cuando sucedió el incidente?
- Bueno, en realidad no la acusé.
- Quizá no con sus propias palabras, pero ¿mantuvo alguna interacción con ella desde que ocurriera el incidente?
Pensé en la gélida acogida que le dispensé cuando la llamé a mi despacho y en mi negativa a estrecharle la mano.
- Sí, tan sólo una vez – contesté, algo más dócilmente.
Bud tuvo que haber percibido el cambio en mi tono de voz porque se adaptó en seguida y bajó ligeramente su propio tono de voz y desapareció su actitud práctica.
- Tom, quisiera que se imaginara que usted era ella cuando se encontraron.  Qué cree que sintió ella hacia usted?
La respuesta, claro está, era evidente.  No podía haber sentido nada peor hacia mí si la hubiese golpeado con un bate de béisbol.  Aunque hasta entonces apenas la había tenido en cuenta, recordé ahora el temblor de su voz y sus pasos inseguros y apresurados al abandonar mi despacho.  Me pregunté ahora, por primera vez, cuánto daño tuve que haberle causado y qué debía de estar sintiendo.  Imaginé que debía sentirse insegura y preocupada, sobre todo porque todo el personal del departamento parecía estar enterado de lo ocurrido.
- Sí – dije lentamente -, ahora que lo pienso, me temo que no supe manejar muy bien la situación.
- Regresemos a mi pregunta anterior – siguió diciendo Bud -.  ¿Cree que su visión de esa mujer en aquel momento la hizo sentirse sistemáticamente peor de lo que ya se sentía?
Hice una pausa antes de contestar, no porque no estuviera seguro de la respuesta, sino porque quería recuperar la calma.
- Quizá.  Supongo que sí.  Pero eso no cambia el hecho de que ella hizo algo que no debería haber hecho, ¿verdad? – me apresuré a añadir.
- En modo alguno.  Pero ya llegaremos a eso.  Ahora, la pregunta que deseo que se haga es: dejando al margen si lo que hizo esa mujer fue correcto o incorrecto, la visión que tuvo usted de ella, ¿fue más parecida a la que tuve yo de la gente en el avión, o más parecida a la que tuvo la mujer del otro avión sobre nosotros?
Me quedé allí sentado, pensando por un momento en eso.
- Piénselo del siguiente modo – añadió Bud, señalando el esquema dibujado en la pizarra -.  ¿Consideró a la mujer como una persona con esperanzas y necesidades similares a las suyas, o fue un objeto para usted, una amenaza, una molestia o un problema?
- Supongo que debió de haber sido sólo un objeto para mí – contesté finalmente.
- Así que ahora, ¿cómo cree que se aplicaría lo que hemos hablado sobre el autoengaño?  ¿Diría que estaba usted dentro o fuera de la caja?
- Supongo que, probablemente, estaba dentro – contesté.
- Merece la pena pensar en ellos, Tom.  Porque esa distinción – añadió, indicando el diagrama – revela lo que hay por debajo del éxito de Lou, y también de Zagrum.  Precisamente porque Lou solía estar fuera de la caja, era capaz de ver las cosas directamente.  Veía a los demás como lo que eran:  personas.  Y descubrió una forma de construir una empresa de personas, que de ese modo comprendían las cosas en mucha mayor medida que las personas de la mayoría de organizaciones.  Si quiere conocer el secreto del éxito de Zagrum, es el que, simplemente, invitamos a las personas a ver a los demás como personas.  Y al ser consideradas y tratadas de ese modo directo, la gente responde en consecuencia. Eso fue lo que sentí y lo que le devolví a Lou.
Todo eso me sonaba muy bien, pero me parecía demasiado simplista como para ser el elemento que distinguía a Zagrum.
- No me malinterprete – dijo Bud -.  No desprecio en modo alguno la importancia de, por ejemplo, conseguir empleados inteligentes y habilidosos, trabajar largas y duras horas, o cualquier otra serie de cosas que son importantes para el éxito de Zagrum.  Pero observe que las demás empresas han imitado todas esas cosas y, sin embargo, no han logrado alcanzar nuestros resultados.  Y eso se debe a que, sencillamente, no saben hasta qué punto la gente inteligente trabaja de forma más inteligente, los habilidosos de forma más habilidosa, y los decididos a trabajar seriamente trabajan seriamente cuando ven y son vistos de un modo directo, como personas.
“Y no olvide – añadió -, que el autoengaño es un tipo de problema particularmente difícil.  Un problema que las organizaciones son incapaces de ver, en la medida en que se hallan dominadas por el autoengaño, como les sucede a la mayoría de ellas.  Ello quiere decir que la mayoría de organizaciones se encuentran dentro de la caja.
Aquella afirmación pareció quedar colgando en el aire mientras Bud tomaba el vaso y bebía un sorbo de agua.
- Y a propósito – añadió Bud -, la mujer se llama Joyce Mulman.
_ ¿Quién…, qué mujer?
- La persona a la que se negó a darle la mano.  Se llama Joyce Mulman.


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