Del Libro “Por el placer de vivir” de César Lozano
Ser oportunos
Saber cuándo, dónde y cómo resolver los pendientes y
los problemas que se van presentando.
Recuerdo que mi madre, con inteligencia y sabiduría, buscaba
el momento adecuado para tratar los problemas ásperos, las deudas y los
arranques de cólera de mi papá o de alguno de nosotros. Normalmente se ponía guapa para recibirlo.
Pero cuando se arreglaba más que de costumbre era porque tenían algún
compromiso. Uno de esos días se sentó
pacientemente a ver la caricatura de Tom y Jerry con nosotros. ¿La recuerdas?
Si contestaste que sí, ya no te cueces al primer hervor, o sea, “ya estamos más
para allá que para acá”. Constantemente volteaba a ver el reloj esperando la
llegada de mi padre, que ya se había retrasado. Cuando él llegó, se levantó y
le dijo:
– ¡Antonio, ya es muy tarde, la cena con tu mamá y tus
hermanos era a las ocho, y ya casi dan las nueve!
Mi padre, hecho una furia, empezó a decir que él no va a
ninguna parte, que había tenido mucho trabajo y que por ningún motivo iba a
salir. Se metió a su cuarto dando un
portazo. El silencio de mis hermanos y
hermanas se hizo presente viendo a mi madre con cara de ¿?, entonces ella volteó
y nos dijo:
– No pasa nada, su papá trabaja mucho por nosotros. Viene
muy cansado. Anden, sigan viendo la televisión.
Ella se fue a la cocina, partió queso, sacó del refrigerador
una cerveza y se la llevó a mi papá que seguía encerrado en su cuarto.
Yo siempre he sido muy curioso… lo sabes. Entonces fui y pegué mi oreja en la puerta
para escuchar lo que sucedía en el interior.
Escuché a mi madre, con una voz muy dulce, más de lo habitual, que le
dijo:
– Ten, Antonio, te traje este quesito que compré hoy para
ti. También esta cervecita bien fría. Al ratito vengo.
Entonces corrí y me senté con mis hermanos. Mi madre se sentó
con nosotros y permaneció ahí pacientemente alrededor de quince minutos.
Entonces, se dirigió nuevamente a la habitación donde estaba mi papá, cerró la
puerta, a la cual me acerqué para escuchar lo que ambos hablaban, en eso ella
le dijo:
– ¿Te gustó el queso, mi amor?
– Sí – contestó mi papá con una voz muy diferente a la que
habíamos escuchado unos minutos antes.
– ¿La cerveza estaba bien fría?
– Sí, mi amor – contestó mi papá.
– Qué bueno, te la traje con mucho gusto – y agregó –: bueno,
se me cambia rapidito porque la reunión es con su familia, no con la mía. Y
además tú fuiste el que puso la fecha y la hora de la reunión.
– Sí, ya voy – contestó mi papá con un tono de voz de
arrepentimiento.
– ¡Ah! – dijo mi madre –, y que se la última vez que me
gritas así delante de mis hijos.
¡Sopas! ¿Así o más prudente?
No cabe duda de que la prudencia al hablar y al actuar hace
milagros, ¿no crees tú?
Tenemos siempre la tentación de querer tratar las broncas en
el momento, cuando se nos ocurre, pero a veces la imprudencia es tal que lo
único que se ocasiona es un problema más grande de lo que es.
Ser oportunos para decir un te quiero o un perdóname también
es un gran reto.
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