Del libro “Educar
el carácter” de Alfonso Aguiló
Reparto de culpas
Salí un día de viaje muy enfadado con mi mujer,
después de una pequeña trifulca. Como
siempre – porque era algo frecuente – por una bobada. Pero una bobada que me ofendió, y bastante. Yo – ahora sí me doy cuenta, pero entonces no
– era de carácter bastante difícil. Y
con ese resentimiento profundo me fui al aeropuerto dando un portazo.
No era la primera vez que me pasaba y sin embargo
aquella vez fue todo distinto, todavía no sé casi por qué.
El caso es que salí de casa ofendido y esperando a
que a la vuelta mi mujer me pidiera perdón para ofrecérselo yo a
regañadientes. Pero las cosas en mí
empezaron a cambiar, gracias a que tuve la suerte de coincidir en el viaje con
un antiguo compañero, muy amigo mío, y empezamos a hablar, y al final acabé
contándole mi vida.
La verdad es que me hizo pensar. Curiosamente, empezaron a asaltarme dudas
sobre mi actitud. Al principio, de forma
tímida; luego, con más claridad. Al
final, la duda se había transformado ya en una certeza: quizá tenía razones
para pensar que la culpa no era mía, pero estaba seguro de que no tenía razón.
Entendió que su
actitud con su mujer y sus hijos estaba siendo arrogante y orgullosa, y que,
aunque pudiera ser cierto que en esa ocasión concreta su mujer no lo hizo bien,
en el fondo la culpa era suya por comportarse tan incorrectamente de modo
habitual.
Empezó a sentir
la necesidad de pedir perdón, y era algo que le resultaba casi novedoso. Entendió que su actitud a lo largo de esos
años había sido mucho peor que la pequeña ofensa de su mujer en aquella
sobremesa, o que mil como ésa.
Que durante años se
había visto cegado por disquisiciones tontas sobre quién tenía la culpa. Porque siempre pensaba que la culpa era de
su mujer o de su hijo o de su hija, y ellos pensaban lo contrario, y todos
quedaban a la espera de que le pidieran perdón. Era un círculo vicioso del que no lograban
salir.
Su conclusión
después de aquello fue clara: “Una de las dificultades grandes de la
convivencia familiar es dar tanta importancia al tener razón.”
Quererse, estar
en paz, convivir alegremente, es mucho más importante que saber quién tiene
razón. ¿Qué más dará saber quién tiene
la culpa? Casi siempre nos la repartiremos entre los dos, en mayor o menor
proporción cada uno. Además, hay muy
pocos culpables o inocentes absolutos.
De cada diez
veces que veo discutir a dos personas y una de ellas insiste con vehemencia en
que tiene la razón, nueve de ellas pienso que no la tiene, y que lo que está
haciendo es imponer su punto de vista con una falta de objetividad asombrosa.
Lo que importa es
que vuelva a reinar la paz. Ya se verá
más adelante, una vez vuelta la calma, si es preciso o no tomar alguna
medida. Actuando así, además, al final
casi siempre da ya igual saber quién tenía razón, porque si la familia funciona
bien, ambos se habrán considerado culpables y habrán pedido perdón.