Del libro
“¡Supéralo! Te adaptas, te amargas o te
vas” de
César Lozano - Las cosas de quien vienen
- ¡Ando
emperrada! ¡Vengo encabritada porque un
señor me mentó la madre hace un momento!
- ¿Quién? ¿Quién te ofendió?
- Un señor de un
camión rojo…
- ¿Y quién era?
- ¡Pues no sé! Un señor gordo y feo.
- ¡Hay niveles! ¡No seas naca, Rosa! No
puedo creer que alguien que ni conoces te cambie tu día de tal forma que
llegues encolerizada, ¿te das cuenta?
Y aunque parece
mentira hay personas así, dispuestas al enojo, al pleito, a responder con violencia
por tonterías, sólo espero que tú, amiga lectora, amigo lector, no seas
como la Rosa del diálogo anterior, así que mejor:
¡Que fluya el
drenaje!
¡Que fluyan las
ofensas!
¡Que circule el
agua estancada porque se apesta!
¡Que se vaya lo
que tenga que irse!
Y me quede con lo
bueno y lo mejor de cada persona y de cada situación.
Recordé la
paciencia (sobrenatural, por cierto) de mi hermana Magda, una mujer de más de
50 años que aparenta muchos menos de los que tiene, y me imagino que una de las
razones por las que sigue tan bella y joven es porque no se engancha en discusiones ni
con gente que, según ella, no vale
la pena.
Su temperamento
flemático le ayuda a que las escasas ofensas que recibe, literalmente, se le
escurran sin darles la mínima importancia.
Su risa contagiosa y su forma de llevar su tiempo con pausas, sin
estrés, hace que disfrutemos su presencia además de sus múltiples ocurrencias.
Un día me llevó a
recoger mi automóvil. Ella maneja con
una lentitud y una paciencia fuera de este mundo, parece que para Magdita el
tiempo no importa, y aun con la prisa que yo tenía por recoger mi auto e ir a
una junta importante, ella subió lentamente a su auto, revisó los espejos
retrovisores, acomodó su asiento en la posición que consideró más cómoda, se
puso lentamente el cinturón de seguridad y todo lo anterior tarareando una
canción que nunca supe cuál era. El
calor era sofocante dentro y fuera del auto, yo sentía que me asfixiaba, la
verdad no sé si por el calor o por la tranquilidad de mi adorada hermana:
- ¡Magda, por
favor, rápido!... ¡Magda, enciende el aire acondicionado!
- Ya voy,
tranquilo, César Alberto – así me dice ella desde siempre, con mi segundo
nombre, tal y como lo hacía mi madre cuando se enojaba: “Cesar Alberto, ¡no te
aceleres porque te infartas!”
Y allí íbamos, mi
hermana manejando a una velocidad de 40 kilómetros por hora en una avenida
donde bien podría ir a 80, y yo desesperado.
Ella me platicaba tranquilamente sobre sus hijitos y otras cosas. Y yo con la adrenalina y la taquicardia a
todo lo que daba.
La pasaban todos
los autos y no faltaba el que accionaba su claxon con el sonido ofensivo de
mentada de madre, a lo que mi hermana simplemente hacia caso omiso y seguía con
su conversación.
De pronto un
hombre la rebasó despacio y le pidió que abriera el vidrio para decirle
algo; ella lo hizo de inmediato.
“¡Vieja pachorra!
¡Vieja lenta!”
Después de eso,
mi hermana cerró su vidrio volteó a verme y me dijo: “¡Pobre hombre, que prisa traerá! Que Dios lo
bendiga, ¡se ha de estar cagando el pobre!”
Claro que es
saludable tomar las cosas de quien vienen, aunque a veces duele cuando esa
persona está en la categoría de un ser querido (un familiar o amigos cercanos),
pues por sus acciones negativas pasan a
ser, siendo sinceros, seres ya no
tan queridos.
Insisto, toma las palabras de quien vienen,
utiliza todos tus sentidos para detectar si vale la pena expresar lo que
sientes. Detecta con tu
observación o tu maravillosa intuición si vale la pena, o no, iniciar un
diálogo para llegar a acuerdos o simplemente es conveniente dejar que sus
opiniones o juicios se vayan por el drenaje imaginario que a todos nos rodea.
¡Que fluya lo que
tenga que fluir!
¡Ya
supéralo! No todos tienen (ni tendrán)
el gran corazón que tú tienes. No todos
tienen la educación y buenos modales que te caracterizan; hay a quienes,
literalmente, les tiene sin cuidado tu vida y tus razones. Sigue
tu camino y toma las cosas de quien vienen.
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