Del Libro
“FRANCESCO - El llamado”
de Yohana García
Ven, te contaré una historia: hace mucho tiempo, alrededor de quince años, yo tenía diez añitos. En una noche lluviosa y fría mi padre nos abandonó. Dijo estar harto de mi mamá, y el señor muy tranquilamente se fue y no regresó nunca más. Al principio pensé que podía ser una pelea pasajera, pero luego, al pasar los días, me di cuenta que debería ser algo más serio.
Mamá no paraba de
llorar, de culparme y culpar a mi hermano de su cansancio. Así que nos dejó en
la casa de una vecina y nunca más volvió ni ella ni su esposo.
La vecina consiguió
el teléfono de una tía y ahí nos colocó.
Quedamos al cuidado de ella hasta la mayoría de edad.
Al principio nos
culpamos de cansar a mamá y a papá, porque en todo abandono, sea del tipo que
sea, el que se queda abandonado se siente culpable.
Las dudas que
aparecían en nuestra mente eran las siguientes
¡Seguro algo les
hice para que nos dejaran así!
¡Yo no valgo lo
suficiente!
Pero luego te vas
dando cuenta de que hasta el abandono es cultural, ancestral e incluso
costumbre de la misma familia. Un día,
recorriendo mi árbol genealógico, encontré muchos casos parecidos al mío.
- Será abandonos
por ignorancia, o por lo que quieras llamarle, pero son abandonos al fin – dijo
Camila, pues estaba en contra de justificar cualquier otra opción.
Pero Ingrid, que
a esta altura del relato se había dado cuenta de que todavía el tema la
angustiaba, pareció no escuchar el comentario bienintencionado de Camila y
siguió contando su historia.
- Y estas huellas
quedan tan marcadas en el alma que la podrían partir en dos. Duelen las pérdidas, las despedidas, el
quedarse mirando como la puerta se cierra en tus narices y nunca más deciden
regresar.
Camila abría los
ojos más y más, asombrada de la amarga historia.
- Entonces ¿nunca
más los volviste a ver? – preguntó Camila, esperando con ingenuidad una
respuesta con final feliz.
- No, nunca más,
pero ¿sabes Camila qué creo?, que quien
abandona está peor. Quien abandona
sabe que cerró una puerta con un portazo mal dado, que dejó mal cerrada una
parte de su vida y que lo que está sin
concluir termina siendo un infierno en la cabeza. Que si a ti te partieron el alma, al que
abandona, en algún momento, se le parte la conciencia.
Toda persona sabe
cuándo se equivoca, cuándo lastima o cuándo no da lo que tiene que dar.
Así que cuando
alguien te deje porque quiera hacerlo, tú sólo pídele que cierre bien la
puerta.
- No entiendo –
dijo Camila –, ¿qué me quieres decir?
- que cuando te vayas de la vida de alguien sepas
decir adiós, que le digas por qué te vas.
Porque no querer decirlo es de cobardes.
Es muy fácil irse
de la vida de los demás sin dar explicaciones, ni dejar constancia que se ha
cortado un vínculo que se construyó con la participación de dos.
Vivir desapegado
es un estilo de vida, en el cual se evita la obsesión o la necesidad sobre algo
o alguien y se libera en gran parte el ser.
El único
abandono que no está permitido, el que no te mereces, es el abandono de ti
misma.