sábado, 19 de diciembre de 2020

 

Del Libro “No te preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm

 

Cuando no existe silencio

 


 En mi primer año de monje en el nordeste de Tailandia, la aldea local celebró una fiesta de tres días de duración.  La electricidad estaba todavía por llegar al pueblo, pero había grupos electrógenos, amplificadores y enormes altavoces.  Aunque el pueblo estaba a más de un kilómetro de distancia, el sonido de la fiesta perturbaba la preciada serenidad de nuestro monasterio.

El budismo enseñó siempre la filosofía del “vive y deja vivir”, pero cuando la fiesta seguía a todo volumen a las dos de la madrugada, decidimos pedir un compromiso tipo “duerme y deja dormir”.  Después de todo, nosotros los monjes, teníamos que levantarnos a las tres de la mañana para iniciar nuestro día monástico.

Preguntamos al responsable si podían parar a la una de la noche, dándonos así dos horas para dormir.  La respuesta fue una educada negativa.  Así que enviamos una delegación para ver a nuestro muy venerado maestro, Ajahn Chah, solicitándole que pidiera a los lugareños que dejaran de hacer ruido a la una.  Sabíamos que el responsable aceptaría cualquier cosa que le pidiera Ajahn Chah.

Fue en esa ocasión cuando Ajah Chah nos enseñó que “No es el sonido lo que os molesta.  ¡Sois vosotros quienes molestáis al sonido!”

No era eso lo que esperábamos, pero funcionó.

El ruido seguía reverberando en nuestros tímpanos, pero ya no en nuestras mentes.  Hicimos las paces con la molestia.  Eran solo tres días, y pasaron pronto.

Muchos años más tarde, visitó nuestro monasterio de Australia el hermano de uno de los monjes.  Por desgracia, todas las habitaciones de invitados estaban llenas, así que el monje me preguntó si podía compartir habitación con su hermano, solo por una noche.  Después de todo, habían crecido juntos compartiendo habitación.

-          Ah, pero ahora los dos sois mucho más viejos – señalé –. Probablemente los dos roncáis.  El monje insistió en que no habría ningún problema, así que se concedió el permiso.

El hermano del monje fue el primero en dormirse, y, como predije, roncaba tan fuerte que el monje no podía conciliar el sueño.  Agotado al no poder conciliar el sueño, el monje recordó el consejo que se le había dado: “No es el sonido lo que te molesta.  ¡Eres tú quien molesta al sonido!”

Así que empezó a jugar con su percepción del ronquido, superponiendo al sonido la imaginación de que era una relajante melodía de un célebre compositor clásico.  No podía cambiar la forma en que sonaba el ronquido, pero podía cambiar la manera de percibirlo.

Cuando se levantó a la mañana siguiente, lo último que recordaba, antes de caer en un sueño reparador, era ¡lo melodioso que había sido el ronquido de su hermano!

Así pues, si tu marido ronca, imagina que estás oyendo a Grateful Dead o cualquier música que te guste.  Cuando el perro ladre en mitad de la noche, percíbelo como una interpretación de la Obertura 1812 de Tchaikovsky, o algo similar.  

Cuando no puedas escapar al ruido, cambia tu percepción de él.


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