Del Libro “No te
preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm
Los peligros de conducir bebido
A los monjes
budistas no se les permite convertir el agua en vino, y quizá por eso haya más
cristianos que budistas en Australia.
Hace muchos años,
en Sídney, un hombre volvía a su casa conduciendo su coche después de asistir a
una fiesta donde había habido cerveza en abundancia. Nuestro hombre pensó que aquella era una
oportunidad que no podía dejar escapar y se había puesto de cerveza hasta las
cejas.
Aquella noche la
policía de Sídney había establecido un control en varias carreteras transitadas
para vigilar el nivel de alcohol de los conductores. Quiso la fortuna que uno de los controles se
instalara precisamente en el camino a su casa, y se vio atrapado en él. No había salida.
Mientras esperaba
en la fila para realizar la prueba, se resignó a ser severamente multado,
incluso a perder su carné de conducir.
Maldijo su mala suerte, pero todo lo que podía hacer era esperar a que
se consumara la inevitable desdicha y la humillación consiguiente. Sintió la oscuridad del destino a punto de
tragárselo.
Cuando llegó su
turno, el guardia le pidió que saliera del coche y le entregó un alcoholímetro
para que soplara.
Justo cuando estaba
a punto de hacerlo, se produjo una estruendosa colisión. Un vehículo había frenado con demasiada
brusquedad en el control y había sido embestido desde atrás por el coche que
venía tras él. El policía oyó el
estruendo y dejó a un lado el aparato diciendo:
- Tengo que
ocuparme de ese accidente. Es más
importante que la prueba del alcohol. Así que súbase al coche y siga su camino.
De modo que no lo
pillaron por cuestión de segundo. Se
sintió afortunado. Se volvió a meter,
dando tumbos, en el coche y se fue, cantando durante todo el camino.
A la mañana
siguiente lo despertó alguien que llamaba al timbre con insistencia. Se arrastró fuera de la cama para vestirse,
con la cabeza dándole vueltas todavía, pues tenía una terrible resaca de la
fiesta de la noche anterior. Poco
después, al abrir la puerta, se encontró con dos policías de Sídney ante él.
Se alarmó al
principio, pero luego pensó: “No pueden
hacerme nada ahora. No estoy
conduciendo”
- Buenos días,
señor.
- Buenos días,
oficial. ¿En qué puedo servirle?
- ¿Le importaría
que echásemos una ojeada a su garaje?
¡Vaya
ocurrencia! Estaba seguro de que él no
tenía nada que ocultar en el garaje.
- Naturalmente,
oficial, siempre me gusta colaborar con la policía local – respondió – . Vengan
conmigo.
Y el hombre los
condujo confiadamente hacia su garaje.
Cuando abrió la
puerta, su cara se quedó blanca, sus labios comenzaron a temblar, y sus ojos
casi se salen de sus órbitas. Pues lo
que había dentro del garaje era…. ¡un coche de policía!
¡Había llegado a
su casa en el coche equivocado!
Son los peligros
de conducir borracho.
.
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