jueves, 10 de diciembre de 2020

Del Libro “No te preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm

 

Del Libro “No te preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm

 

 



Los peligros de conducir bebido

A los monjes budistas no se les permite convertir el agua en vino, y quizá por eso haya más cristianos que budistas en Australia.

Hace muchos años, en Sídney, un hombre volvía a su casa conduciendo su coche después de asistir a una fiesta donde había habido cerveza en abundancia.  Nuestro hombre pensó que aquella era una oportunidad que no podía dejar escapar y se había puesto de cerveza hasta las cejas.

Aquella noche la policía de Sídney había establecido un control en varias carreteras transitadas para vigilar el nivel de alcohol de los conductores.  Quiso la fortuna que uno de los controles se instalara precisamente en el camino a su casa, y se vio atrapado en él.  No había salida.

Mientras esperaba en la fila para realizar la prueba, se resignó a ser severamente multado, incluso a perder su carné de conducir.  Maldijo su mala suerte, pero todo lo que podía hacer era esperar a que se consumara la inevitable desdicha y la humillación consiguiente.  Sintió la oscuridad del destino a punto de tragárselo.

Cuando llegó su turno, el guardia le pidió que saliera del coche y le entregó un alcoholímetro para que soplara.

Justo cuando estaba a punto de hacerlo, se produjo una estruendosa colisión.  Un vehículo había frenado con demasiada brusquedad en el control y había sido embestido desde atrás por el coche que venía tras él.  El policía oyó el estruendo y dejó a un lado el aparato diciendo:

- Tengo que ocuparme de ese accidente.  Es más importante que la prueba del alcohol. Así que súbase al coche y siga su camino.

De modo que no lo pillaron por cuestión de segundo.  Se sintió afortunado.  Se volvió a meter, dando tumbos, en el coche y se fue, cantando durante todo el camino.

A la mañana siguiente lo despertó alguien que llamaba al timbre con insistencia.  Se arrastró fuera de la cama para vestirse, con la cabeza dándole vueltas todavía, pues tenía una terrible resaca de la fiesta de la noche anterior.  Poco después, al abrir la puerta, se encontró con dos policías de Sídney ante él.

 

Se alarmó al principio, pero luego pensó:  “No pueden hacerme nada ahora.  No estoy conduciendo”

- Buenos días, señor.

- Buenos días, oficial.    ¿En qué puedo servirle?

- ¿Le importaría que echásemos una ojeada a su garaje?

¡Vaya ocurrencia!  Estaba seguro de que él no tenía nada que ocultar en el garaje.

- Naturalmente, oficial, siempre me gusta colaborar con la policía local – respondió – . Vengan conmigo.

Y el hombre los condujo confiadamente hacia su garaje. 

Cuando abrió la puerta, su cara se quedó blanca, sus labios comenzaron a temblar, y sus ojos casi se salen de sus órbitas.  Pues lo que había dentro del garaje era…. ¡un coche de policía!

¡Había llegado a su casa en el coche equivocado!

Son los peligros de conducir borracho.


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