Del Libro: “Las Tres Preguntas” de
Jorge Bucay
Un campesino encontró una tarde, en la parte de atrás de su jardín, un huevo muy grande y moteado. Nunca había visto nada igual.
Entre sorprendido
y curioso, decidió meterlo a la casa.
-¿Será un huevo de ñandú?– le preguntó su mujer.
-No tiene la
forma – dijo el abuelo –, es demasiado abultado.
-¿Y si lo
comemos? – propuso el hijo.
-Podría ser
venenoso – reflexionó el campesino.
Antes deberíamos saber qué clase de bicho pone estos huevos.
-Pongámoslo en el
nido de la pava que está empollando –, propuso la menor de las niñas – así,
cuando nazca, veremos qué es…
Todos estuvieron
de acuerdo y así se hizo. Aunque todos
en la casa se olvidaron del pobre huevo.
A los quince o
veinte días, rompió el cascarón un ave oscura, grande, nerviosa, que, con mucha
avidez, comió todo el alimento que encontró a su alrededor.
Cuando el
alimento disponible se había terminado, el extraño pajarito miró a la madre con
vivacidad y le dijo entusiasta:
-¿No vamos a
salir a cazar?
-¿Cómo a cazar? –
preguntó la madre un poco asustada.
-¿Cómo que cómo?
– acotó el polluelo –. Volando, claro.
¡Anda, vamos a volar!
Mamá pava se
sorprendió muchísimo con la proposición de su flamante crío y armándose de una
amorosísima paciencia le explicó:
-Mira, hijo, los
pavos no vuelan. Estas cosas se te
ocurren por ser glotón. Hace muy mal
comer tan rápido y peor aún comer de más.
De allí en
adelante, advertida por su madre de las locas veleidades de su nueva cría, la
familia avícola intentó ayudar a que el pavito comiera menos y más
despacio. Le acercaban el alimento más
ligero y lo animaban a comer más serena y pausadamente.
Sin embargo,
apenas el pavito terminaba su almuerzo o su cena, su desayuno o merienda,
irremediablemente solía gritar:
-Ahora,
muchachos, vamos a volar un poco.
Todos los pavos
de corral le explicaban entonces nuevamente:
-No entiendes que
los pavos no vuelan. Mastica bien, come
menos y abandona esas locuras, que un día te traerán problemas.
El tiempo pasó y el
pavito fue creciendo, hablando cada vez más del hambre que pasaba y cada vez
menos de volar.
El polluelo
creció y murió junto con los demás pavos del corral y terminó como todos, asado
al horno una Navidad, en la mesa del campesino.
A nadie le gustó
su carne, era dura y no sabía a pavo.
Y eso era lógico,
porque el polluelo no era un pavo, era un águila, un águila montañesa capaz de
volar a tres mil metros de altura y de levantar una oveja pequeña entre sus
patas….
Pero se murió sin
saberlo…. Porque nunca se animó a desplegar sus alas… ¡Y porque nadie le dijo
nunca que su esencia era la de un águila!