Primer ladrón: El control
Segundo
ladrón: La arrogancia
Tercer
ladrón: La codicia
Cuarto
ladrón: El consumismo
Quinto
ladrón: La comodidad
El primer ladrón de la felicidad es el control. Este ladrón quiere hacernos creer que podemos controlar la vida, en lugar de aceptarla tal como es. La gran verdad que descubrió el Buda fue que lo que provoca infelicidad es el deseo de que la vida sea diferente de lo que es.
El control es una ilusión: el momento presente es real
Dos de las cosas más evidentes que intentamos controlar son
el pasado y el futuro. No podemos
controlar lo que ya ha ocurrido, por supuesto, ni tampoco podemos controlar lo
que no ha ocurrido. El lamento y la
preocupación (primos hermanos del control) son los gemelos que nos roban la felicidad
del momento presente. Cada vez que somos
conscientes de que nos estamos lamentando o preocupando, estamos dejando que
este ladrón nos robe vuestro estado natural de estar presentes.
… Voy a ilustrarlo con un ejemplo. Dedicar una hora a soñar despierto sobre el
futuro, por ejemplo, pensando en un viaje que pronto voy a hacer o en el día de
mi boda, puede ser una actividad muy placentera. Del mismo modo, pasarse una hora recordando
una experiencia placentera o incluso dolorosa de mi pasado, también puede ser
placentero y quizá hasta útil si me ayuda a entender lo que lijo en el
presente.
El problema llega cuando se presenta el control. Cuando pensamos en el día de nuestra boda, se
nos pasa por la cabeza que puede llover, o qué pasará si el tío Bill se le
ocurre beber demasiado y monta un escándalo, o si quizá no estaré tan guapa
como mi hermana, y así un pensamiento tras otro. El ladrón sabe que no podemos controlar esas
cosas, pero sigue diciéndonos que si nos preocupamos lo suficiente,
conseguiremos encontrar la paz. Por eso
también podemos hacerlo a la inversa: cuando imaginamos situaciones en el
futuro que nos preocupan, podemos ser conscientes del ladrón y dejarlo a un
lado. El futuro no se puede controlar,
sólo experimentar. La felicidad no
depende del resultado.
Controlar las relaciones
El ladrón también se presenta en nuestras relaciones
cotidianas. Por ejemplo, pasamos mucho tiempo
intentando controlar a los demás y esto nos provoca un sufrimiento interno
interminable. Cuando estás enfadado
conmigo y me disculpo, estoy deseando controlar tu reacción. El deseo de que me perdones me está robando
la felicidad, cuando en lo que debería concentrarme es en lo que yo puedo
controlar, es decir, en mi sincera disculpa.
La rendición: la fuerza opuesta
La fuerza opuesta al control es la rendición: la aceptación completa de cualquier
circunstancia que se esté produciendo en el presente. Aquí tienes un sencillo ejemplo. Todo el día estás deseando jugar al golf,
pero la previsión meteorológica no es especialmente buena. Existe un 50 por ciento de probabilidades de
que llueva. Miras al cielo con
nerviosismo y estás pendiente de las previsiones del tiempo. Sabes que no puedes controlarlo, pero
insistes. Te aferras a tu idea de que
necesitas jugar para ser feliz. Cuando se
acerca la hora de jugar, el cielo se despeja, pero de pronto se encapota y cae
un aguacero. El ladrón te ha arruinado
el día. En lugar de rendirte a lo que es
– puede que llueva o puede que no, no tengo control sobre ninguno de los dos
resultados – opones resistencia a lo que es.
Rendirse significa literalmente dejar de luchar contra el flujo natural
de las cosas.
No se trata de no actuar, sino de actuar desde ese espacio
que yo denomino energía de la rendición. No pasa nada por reflexionar sobre cuál será
mi plan B si no puedo jugar por la
lluvia o cómo voy a posponer el juego hasta la semana que viene. Lo que no voy a hacer es dejar que el control
se interponga en el sencillo acto de rendirme ante la evidencia de los que está
sucediendo.
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