jueves, 14 de diciembre de 2017

Del Libro “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas” de Dale Carnegie






Cuando nos presentan a un extraño, conversamos con él unos minutos y generalmente no recordamos ya su nombre cuando nos despedimos.
Una de las primeras lecciones que aprende un político es ésta:  “Recordar el nombre de un elector es cualidad de estadista. Olvidarlo equivale a ir al olvido político”.
Y la capacidad para recordar nombre es casi tan importante en los negocios y los contactos sociales como en la política.

Napoleón III, emperador de Francia y sobrino del gran Napoleón, se envanecía de que, a pesar de todos sus deberes reales, recordaba el nombre de todas las personas a quienes conocía.
¿Su técnica? Muy sencilla.  Si no oía claramente el nombre, decía:  “Lo siento.  No oí bien.”  Después, si el nombre era poco común, preguntaba cómo se escribía.
Durante la conversación se tomaba el trabajo de repetir varias veces el nombre, y trataba de asociarlo en la mente con las facciones, la expresión y el aspecto general del interlocutor.
Si la persona era alguien de importancia, Napoleón se tomaba más trabajo aun.  Tan pronto como quedaba a solas escribía ese nombre en un papel, lo miraba, se concentraba en él, lo fijaba con seguridad en la mente, y rompía después el papel.  De esta manera se formaba la impresión visual, además de la impresión auditiva, del nombre.

Todo esto requiere tiempo, pero “los buenos modales – dijo Emerson – se hacen de pequeños sacrificios”.

La importancia de recordar y usar nombres no es sólo prerrogativa de reyes y ejecutivos de corporaciones.  Nos puede servir a todos.  Ken Nottingham, un empleado de la General Motors en Indiana, solía almorzar en la cafetería de la compañía.  Notó que la mujer que trabajaba en el mostrador siempre tenía mal ceño.
- Hacía dos horas que estaba haciendo emparedados, y yo no era sino un emparedado más para ella.  Pesó el jamón en una pequeña balanza, agregó una hoja de lechuga y un plato con un puñado de papas fritas.
“Al día siguiente, hice la misma cola.  La misma mujer, el mismo mal ceño.  La única diferencia fue que me fijé en la etiqueta con su nombre en el delantal.  Le sonreí y le dije:  ‘Hola, Eunice’, y después le pedí el emparedado que quería.  Pues bien, la mujer se olvidó de la balanza, puso una pila de fetas de jamón, tres hojas de lechuga, y una montaña de papas fritas que se me caían del plato.”

Deberíamos tener presente la magia que hay en un nombre, y comprender que es algo propio exclusivamente de esa persona, y de nadie más.  El nombre pone aparte al individuo; lo hace sentir único entre todos los demás.  La información que damos, o la pregunta que hacemos, toma una importancia especial cuando le agregamos el nombre de nuestro interlocutor.  Desde la camarera hasta el principal ejecutivo de una empresa, el nombre obrará milagros cuando tratamos con la gente.



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