Cuando nos
presentan a un extraño, conversamos con él unos minutos y generalmente no
recordamos ya su nombre cuando nos despedimos.
Una de las
primeras lecciones que aprende un político es ésta: “Recordar el nombre de un elector es cualidad
de estadista. Olvidarlo equivale a ir al olvido político”.
Y la
capacidad para recordar nombre es casi tan importante en los negocios y los
contactos sociales como en la política.
Napoleón
III, emperador de Francia y sobrino del gran Napoleón, se envanecía de que, a
pesar de todos sus deberes reales, recordaba el nombre de todas las personas a
quienes conocía.
¿Su técnica?
Muy sencilla. Si no oía claramente el
nombre, decía: “Lo siento. No oí bien.”
Después, si el nombre era poco común, preguntaba cómo se escribía.
Durante la
conversación se tomaba el trabajo de repetir varias veces el nombre, y trataba
de asociarlo en la mente con las facciones, la expresión y el aspecto general
del interlocutor.
Si la
persona era alguien de importancia, Napoleón se tomaba más trabajo aun. Tan pronto como quedaba a solas escribía ese
nombre en un papel, lo miraba, se concentraba en él, lo fijaba con seguridad en
la mente, y rompía después el papel. De
esta manera se formaba la impresión visual, además de la impresión auditiva,
del nombre.
Todo esto
requiere tiempo, pero “los buenos modales – dijo Emerson – se hacen de pequeños
sacrificios”.
La
importancia de recordar y usar nombres no es sólo prerrogativa de reyes y
ejecutivos de corporaciones. Nos puede
servir a todos. Ken Nottingham, un
empleado de la General Motors en Indiana, solía almorzar en la cafetería de la
compañía. Notó que la mujer que
trabajaba en el mostrador siempre tenía mal ceño.
- Hacía dos
horas que estaba haciendo emparedados, y yo no era sino un emparedado más para
ella. Pesó el jamón en una pequeña
balanza, agregó una hoja de lechuga y un plato con un puñado de papas fritas.
“Al día
siguiente, hice la misma cola. La misma
mujer, el mismo mal ceño. La única
diferencia fue que me fijé en la etiqueta con su nombre en el delantal. Le sonreí y le dije: ‘Hola, Eunice’, y después le pedí el
emparedado que quería. Pues bien, la
mujer se olvidó de la balanza, puso una pila de fetas de jamón, tres hojas de
lechuga, y una montaña de papas fritas que se me caían del plato.”
Deberíamos
tener presente la magia que hay en un nombre, y comprender que es algo propio
exclusivamente de esa persona, y de nadie más.
El nombre pone aparte al individuo; lo hace sentir único entre todos los
demás. La información que damos, o la
pregunta que hacemos, toma una importancia especial cuando le agregamos el
nombre de nuestro interlocutor. Desde la
camarera hasta el principal ejecutivo de una empresa, el nombre obrará milagros
cuando tratamos con la gente.
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