Ejercicio: Trabajo con el malestar físico
Ten presente no dejar de respirar. Respira con suavidad, lenta y
plenamente. Con cada espiración, repite
esta recomendación: “Relájate”. Cuando notes las sensaciones físicas
molestas, continúa respirando, sin contener el aliento. Conscientemente incítate a relajarte. En lugar de llamar dolor al malestar, trata
de advertir las diferentes sensaciones:
¿Qué sientes? ¿Calor? ¿Frío? ¿Hormigueo? ¿Rigidez? ¿Ardor? ¿Quemazón?....
Esa sensación, ¿es aguda o apagada? ¿Se expande o se contrae? ¿Avanza o se
queda en un solo lugar? ¿Te pide una reacción física? ¿Abrazarla? ¿Alejarte de
ella? ¿Te hace sentir deseos de moverte o todo lo contrario? ¿Te trae algún
recuerdo a la mente? ¿Te evoca emociones familiares o desconocidas?
Ahora que tienes experiencia en el papel de observador
objetivo, te invito a avanzar un paso más.
Continúa respirando con suavidad y plenamente… y ríndete al malestar
aflojando la resistencia a las sensaciones… Suavemente abandona toda
resistencia… continúa aflojando la resistencia... rindiéndote al malestar al suavizar la
resistencia a las emociones… Envía amor y atención a esa parte de tu
cuerpo. Hazlo durante unos cinco o diez
minutos, si es posible… Si no, inténtalo durante un minuto. Relacionarte con el malestar de esa manera
incluso durante unos breves instantes te será útil y sanador.
El maestro y escritor Steven Levine lo expresa así: “Eres responsable de tu cuerpo, de tu cáncer,
de tu corazón”. Levine ha trabajado
muchísimo con personas afectadas de enfermedades crónicas y de enfermedades que
amenazan la vida, y dice: “Recomendamos
a los enfermos que traten a su enfermedad como si ésta fuera un hijo único, con
la misma comprensión y la misma atención cariñosa.
Si la enfermedad estuviera en el cuerpo de ese hijo, lo acariciaríamos,
lo abrazaríamos, haríamos todo lo posible para que sanara y se sintiera
bien. Pero cuando la enfermedad está en
nuestro cuerpo, en cierto modo la
amurallamos, le enviamos odio y rabia.
Nos tratamos con muy poca amabilidad, con muy poca suavidad. “
El perdón nos permite dejar de hacer esas repetidas
comparaciones con las cosas como eran antes, y con la salud de los demás: “Antes yo era capaz de hacer mucho más. Los otros tienen mucha más energía que
yo”. Comparar nuestro cuerpo con lo que
era antes y con el de los demás nos mantiene encerrados en la insatisfacción
crónica, separados de la vitalidad de que disponemos en este mismo momento. Es normal sentir frustración y envidia de los
demás, sobre todo cuando los síntomas o la enfermedad nos limitan en el
trabajo, en la comida, en las actividades, en la sexualidad o en las
relaciones. Pero tratemos de estar
alerta, para que esos sentimientos no nos aten al pasado, al temor ni al
descontento crónico. Tengamos presente
ser amables con nuestro cuerpo y con nosotros mismos, y tratemos de centrar
nuestra atención en lo que podemos hacer.
Medita sobre el ejercicio “¿Quién o qué es
consciente?”. Aun cuando los síntomas
sean muy pronunciados y molestos, a veces podemos distanciarnos un poco de
ellos. Una persona lo expresaba
así: “Yo no era ninguna de esas
experiencias, sino el aspecto de la conciencia que lo observaba todo”. Esto es la increíble curación y la libertad
que nos ofrece el hecho de perdonar a nuestro cuerpo. Es la libertad que nos proporciona saber que aunque estemos enfermos, la
enfermedad no es lo único que somos. No es necesario que nos identifiquemos
totalmente con ella. Podemos tener
cáncer, hipertensión, colitis, asma, esclerosis muscular, etcétera, pero hay
una dimensión en nosotros que puede estar al mismo tiempo muy viva y sana. Podemos sanar aunque nuestro cuerpo físico no
se cure. El cuerpo puede estar enfermo y
nosotros estar en paz. También es
posible que los síntomas físicos desparezcan y continuemos sintiéndonos
fragmentados, temerosos y enfadados. Tal vez el cuerpo físico se cure y la
persona no sane, porque la mayor parte de su energía emocional y física la ha
gastado en rabia, resistencia y temor, y es muy poca la que le queda para
sanar.
El proceso de curación es muchísimo más que un cambio en los
síntomas físicos. Sanamos en aquellos
momentos en que abandonamos el temor y nos permitimos una paz más profunda,
cuando, como dice Levine, “dejamos que nuestra mente se hunda en nuestro
corazón”, en otras palabras, cuando rodeamos nuestro dolor con amor. Cuando conscientemente nos permitimos la
comunicación con nuestro centro esencial, somos más capaces de volver a
conectar con nuestra capacidad sanadora interior.
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