- Envejecer con
dignidad. Me aterra. Dignidad tiene connotaciones de resignación,
canas, arrugas, gordos, celulitis, piel reseca y todo el deterioro. Me niego.
Es que envejecer con dignidad es algo que se quedó en los
tiempos de mis abuelas. Ya ni a mi mamá
le tocó esa época. Ella ha sido una
mujer que a sus sesenta va al gimnasio, pasa por uno que otro retoque, vive a
dieta y hace mucho tiempo que dejó atrás el sueño de llegar a esa edad, ponerse
una bata y dedicarse a comer todo lo que le dé la gana. La dignidad hoy en día tiene solución en
frascos de tintes que no tuvieron
mis abuelas, en Botox, en el conteo de carbohidratos y grasas, en la
mesoterapia y en cremas para todo tipo de problemas que
tengamos o que podamos tener. No existe
la necesidad de envejecer con dignidad, cuando se puede envejecer con Estee
Lauder, Lancome o un buen cirujano plástico.
Ya lo decía Agatha Christie, el
marido ideal es un antropólogo porque en la medida que envejecemos somos más
fascinantes para él. Pues en la
vida moderna son los cirujanos plásticos para que en el camino nos vayan
haciendo arreglitos pertinentes.
Pero independientemente de si me consigo al cirujano
plástico o me tengo que bajar del bus para pagarle a uno o simplemente me busco
un galán que esté en las mismas que yo, no puedo dejar de sentir que he llegado a los cuarenta en el mejor
momento para vivirlos. No me
cambio por ninguna de las mujeres que me antecedieron, ni por ninguna otra edad
ya vivida. No extraño el pasado como les
pasa a algunas de mis amigas que están haciendo algo parecido a recoger sus
pasos, para pasar a una mejor vida, ya sea comprándose la colección de discos
completa de Julio Iglesias o regresando a los sitios donde pasaron su niñez o
juventud. No siento esa añoranza porque
además he llegado al punto en que muchas de esas cosas me están regresando sin
que quiera. Es el caso de la moda de los
leggins y los aretes tipo lámparas de comedor, que me
hacen sentir por un lado vieja, pero por el otro me dan la oportunidad de
volvérmelos a poner ya que el cuerpo todavía aguanta y mis orejas no han
crecido lo suficiente como para que los aretes se me junten con el hombro.
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