viernes, 15 de febrero de 2013

Del Libro “Caldo de Pollo para el alma” de Jack Canfield & Mark Victor Hansen


 

El amor y el taxista


Estaba en Nueva York el otro día y andaba con un amigo en un taxi.  Cuando bajamos, mi amigo le dijo al conductor:

- Gracias por traernos.  Manejó espléndidamente.

El conductor del taxi se quedó pasmado por un segundo.  Luego dijo:

- ¿Se quiere pasar de listo o qué?

- No, estimado señor, y no le estoy tomando el pelo.  Admiro la manera como mantiene la calma en el tráfico pesado.

- No me diga – dijo el conductor y se fue.

- ¿De qué se trata todo esto? – pregunté.     

- Estoy intentando traer el amor de vuelta a Nueva York – replicó -.  Creo que es lo único que puede salvar a la ciudad.

- ¿Cómo puede un solo hombre salvar Nueva York?

- No es un solo hombre.  Creo que acabo de marcar el día de ese taxista.  Supón que tenga 20 pasajeros.  Él va a ser amable con esos 20 pasajeros porque alguien fue amable con él.  A su vez, esos pasajeros serán más gentiles con sus empleados, tenderos o meseros, o incluso con sus propias familias.  A la larga, la benevolencia podría extenderse a por lo menos mil personas.  Ya no suena tan mal, ¿verdad?

- Pero estás contando con que ese taxista pase tu benevolencia a otros.

- No estoy contando con eso – aseguró mi amigo -.  Estoy consciente de que el sistema no es infalible, así que podría tratar con diez personas diferentes el día de hoy.  Si de diez puedo hacer felices a tres, entonces a la larga puedo influir indirectamente sobre las actitudes de tres mil más.

- En teoría suena bien – reconocí –, pero no estoy seguro de que funcione en la práctica.

- No se pierde nada si no funciona.  No perdí nada de tiempo al decirle a ese hombre que había manejado bien.

No recibió ni más propina ni menos propina.  Si le entró por un oído y le salió por el otro, ¿qué importa? Mañana habrá otro taxista a quien podré intentar hacer feliz.

- Estás un poco chiflado – dije.

- Eso demuestra lo cínico que te has vuelto.  He hecho un estudio sobre esto.  Parece que lo que les está haciendo falta a nuestros empleados postales, aparte de dinero, por supuesto, es que nadie le dice a las personas que laboran para la oficina de correos qué buen trabajo están haciendo.

- Pero no están haciendo un buen trabajo.

- No están haciendo un buen trabajo porque sienten que a nadie le importa si lo hacen o no.  ¿Por qué nadie habría de decirles a ellos una palabra amable?

Estábamos caminando al lado de una estructura en construcción y pasamos frente a cinco albañiles que estaban almorzando.  Mi amigo se detuvo.

- Es un trabajo magnífico ese que han hecho.  Debe de ser una ocupación difícil y peligrosa.

Los albañiles lo miraron con desconfianza

¿Cuándo estará terminado?

- En Junio – gruñó un hombre.

- Ah, de veras que es impresionante.  Todos ustedes han de estar muy orgullosos.

Nos marchamos. Le comenté:

- Desde la película El hombre de La Mancha, no había visto a nadie como tú.

- Cuando esos hombres digieran mis palabras, se sentirán mejor gracias a eso.  La ciudad se beneficiará de su felicidad de alguna manera.

- ¡Pero no puedes hacer todo esto tú solo! – objeté -.  Eres un solo hombre.

- Lo más importante es no desalentarse.  Hacer que la gente de la ciudad vuelva a ser amable no es una tarea fácil, pero si puedo reclutar a otras personas para mi campaña….

- Acabas de cerrarle el ojo a una mujer sin atractivo – le señalé.

- Ya lo sé – respondió – Y si es una maestra, a su clase le espera un día fantástico.

  

Art Buchwald.  
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