jueves, 22 de noviembre de 2012

Del Libro “ PERDONAR” de Robin Casarjian



  
Historia de Megan


Estaba dispuesta a dejar mi trabajo.  Había llegado a un punto en que temía despertar por la mañana ya angustiada por el día que me esperaba.  La verdad es que me encantaba mi puesto en ventas.  Me gustaba el producto que vendía y me caían bien la mayoría de mis compañeros de trabajo.  Era mi jefa, la encargada del departamento, quien me volvía loca.  Prácticamente no pasaba un día en que no encontrara algo mal en mi trabajo.  Aunque yo vendía más que nadie en la sección, ella, Joanna, siempre tenía que encontrar algo mal.  A veces estaba sentada en mi escritorio arreglando unos papeles cuando sonaba mi teléfono.  Me invadía la rabia al escuchar su voz glacial que me pedía que fuera a su despacho.

Mientras caminaba por el pasillo notaba como se me apretaban las mandíbulas y las manos se me iban cerrando en un puño.  Una vez en su oficina, contemplando su enfadada cara, tenía que contestar a una lista ritual de ¿Hizo…?”  ¿Se ocupó de…?”,  y así continuaba el interrogatorio hasta que yo estaba a punto de estrangularla.  Con frecuencia encontraba algún pequeño descuido para criticarme.

Cuando volvía a mi escritorio ya estaba tan furiosa que me pasaba algún tiempo haciendo agujeros con mi pluma en el papel secante, fantaseando con maneras de vengarme.

Cuando fui a mi revisión médica anual, el doctor me advirtió que la presión arterial y el nivel de colesterol en la sangre me iban subiendo constantemente.  Me hizo preguntas sobre mi nivel de estrés en el trabajo y me insistió en que era preciso que hiciera algo al respecto.  A la semana siguiente una amiga me invitó a ir con ella a una conferencia sobre “el perdón”.  En ese momento ni siguiera pensé en Joanna.  Por lo que a mi se refería, ella estaba más allá del perdón.  Lo que sí pensé fue que tal vez ya era hora de que perdonara a un antiguo novio.  Además, se trataba de una salida nocturna con mi amiga.

Los conceptos que se presentaron en la conferencia eran totalmente nuevos para mi y, ante mi sorpresa, me sentí inspirada a comenzar a aplicarlos con Joanna.  Al día siguiente me prometí que fuera lo que fuese lo que ésta dijera o hiciera, yo lo consideraría como una señal de su temor o su inseguridad.  Una vez que lo pensé, me di cuenta de que eso era acertado.  Cuando llegó su llamada, hice tres o cuatro respiraciones profundas y caminé con toda la calma posible hacia su oficina.  La rutina siguió el orden de siempre, sólo que esta vez me acordé de respirar y traté de poner en práctica el perdón.  Por primera vez la miré atentamente a la cara y vi unos surcos profundos que parecían de miedo y dolor.  Esta vez pensé bien mis respuestas, e intenté tranquilizarla asegurándole que me cuidaba de los asuntos y que me ocuparía de comprobar que todo estuviera bajo control.  Inesperadamente el rostro de Joanna se suavizó un poco.  El interrogatorio fue algo más corto de lo habitual y me dijo adiós con una efusión nada típica en ella.

Ese mismo día, más tarde, me enteré de que su hijo adolescente padecía un extraño problema de salud, que se descubrió sólo unos meses después de que ella se divorciara.  Mi percepción de Joanna cambió.  De considerarla una figura materna crítica y acusadora, pasé a verla como una mujer sobrecargada de trabajo, agotada y asustada.  Al ahondar en esta nueva comprensión, comencé a darme cuenta de que bajo su temor y su tendencia a juzgar y acusar había sólo otro ser humano en lucha por obtener amor, valoración y atención de la mejor manera que sabía.  Su trabajo se le había convertido en el último bastión de dominio, de manera que luchaba desesperadamente por asegurar el éxito de su departamento.  Entonces, en lugar de sentir deseos de matarla, comencé a desear ayudarla.  Cuanto más lo intentaba yo, menos asustada parecía ella.  Sorprendentemente, comenzó a confiar en mí y se convirtió en una amiga.  Aunque a veces vuelve a su antiguo comportamiento cuando está muy presionada por el trabajo, yo ya no lo considero una ofensa personal.  Ahora me hace ilusión ir a trabajar y al parecer soy más productiva, ya que no gasto tanta energía en enfadarme y recuperarme de nuestras entrevistas. 

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