¿Cuál es el sentido del trabajo?
Parte de mi labor profesional consiste en dar conferencias y
cursos / talleres en diversas
ciudades. Hace unos días, el botones de
un hotel me preguntó mientras me conducía a mi habitación: “¿Viene a trabajar?” Ante mi respuesta afirmativa, con una
intensidad que le salió desde el fondo del alma, expresó: “¡Qué horror!” Y como si su aversión fuera asunto mío, le
eché un sermón sobre el sentido profundo del trabajo, que para su fortuna duró
sólo un par de minutos mientras llegamos a mi habitación, donde cerré la boca
para dejar que a su vez pronunciara su sermón, ese que los botones dan acerca
de las monerías que hay en la habitación, el cual me resulta tan aburrido como
a él debió haberle resultado el mío.
Más allá de las disertaciones que muchas empresas descargan
sobre sus empleados para convencerlos de que el trabajo es una maravilla y
lograr que mejores su productividad, la verdad es que yo creo de corazón que
todo lo que el trabajo aporta a la vida de un ser humano es insustituible,
valiosísimo, sublime.
El trabajo es un medio para satisfacer las necesidades
humanas descritas por Abraham Maslow, lo cual es indispensable para una salud mental,
emocional, física y hasta espiritual.
Esta propuesta de Maslow está representada en su famosa pirámide que
enuncia dichas necesidades humanas:
El trabajo ayuda a
satisfacer todas esas necesidades, ya que aporta seguridad económica y también
un sinnúmero de experiencias y aprendizajes de todo tipo, los cuales nos llevan
a madurar, auto conocernos y evolucionar.
Por otra parte, representa una oportunidad de establecer relaciones
interpersonales, con todo lo que éstas conllevan: en ellas aprendemos
a negociar conflictos, a ser humildes, a poner límites, a ayudar y pedir ayuda,
a trabajar en equipo y mucho más.
El trabajo abre la
puerta para expresar nuestros talentos;
esto se llama autorrealización.
Ello satisface y nutre los anhelos del alma, porque ir por la vida sin
expresarlos deja una dolorosa sensación de estar incompletos e
insatisfechos. Todos tenemos un talento
único y una forma única e irrepetible de expresarlo. Cuando lo hagamos, tocaremos los dinteles de
la gloria, los éxtasis de cuerpo y alma que se experimentan cuando uno está
expresando ese talento. Todo aquel que
ama su trabajo sabe de qué estoy hablando, pues lo ama porque está en el lugar
correcto; no me refiero a un lugar
físico, sino a las actividades que le permiten expresar ese regalo único e
irrepetible que es su talento. La oportunidad de servir a la sociedad en que
vivimos y ser parte de la historia son también necesidades de trascendencia que
el trabajo ayuda a satisfacer.
Hay todo tipo de reacciones ante el trabajo. A algunas personas les ofende; otras lo
consideran una parte obligada y tediosa de la vida, pero necesaria para obtener
el dinero para vivir, y sólo para unos pocos es una fuente de profundo júbilo y
bendiciones. Yo creo que en lugar de
quejarnos y odiar y criticar constantemente a la empresa o institución donde
laboramos, deberíamos honrar y apreciar nuestro trabajo, por todas las cosas
maravillosas que aporta a nuestra vida.
En una ocasión, un amigo me dijo:
“El desgraciado de mi jefe me despidió”.
Yo le contesté: “No fue tu jefe,
fuiste tú quien alejó ese empleo de tu vida, porque te la pasas criticando y
despreciando a la empresa y a tu trabajo.
La vida sólo respondió a ello. Tú
creaste ese despido”.
Cuando era adolescente formé parte de un grupo de teatro en
el que representamos cientos de vences una maravillosa obra de Jodorowsky
llamada El juego que todos jugamos.
Había en ella un parlamento que me impactaba mucho por su crudo
realismo, y con el cual, mientras más maduro, más de acuerdo estoy: “Es mejor cobrar dando lo mejor de uno mismo, que cobrar prostituyendo
nuestra alma. Si tú estás trabajando en
algo que odias… ¡renuncia, amigo!.... ¡renuncia!”
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