Si una mujer está enfadada con su marido porque se queda a trabajar hasta muy tarde, en lugar de afirmar: “Nunca estás conmigo, eres increíblemente egoísta”, podría decirle: “Me siento sola y asustada cuando te quedas en el trabajo hasta tan tarde. Te echo de menos y tengo miedo de que ya no me quieras.” O, en lugar de: “Me haces enfadar”, podría decirle: “Me enfado cuando tu… porque me siento abandonada, como si no existiera”. Otras afirmaciones en primera persona podrían ser: “Me inquieto cuando tardas y no me llamas”. “Me siento agotada y abrumada porque la mayor parte de las responsabilidades recaen sobre mi”, “Me inquieta que los niños y yo estemos tristes y dolidos por la separación que hay entre nosotros”.
Las afirmaciones en primera persona son mucho menos amenazadoras e invitan a la otra persona a responsabilizarse más de su comportamiento. Transmiten el mensaje de que confiamos en que él o ella van a reaccionar ante esa situación con más respeto por nuestras necesidades. Una afirmación en primera persona sencillamente dice la verdad de nuestra experiencia sin provocar la resistencia y la actitud defensiva que provocaría si la persona se sintiera acusada o controlada.
Una comunicación más sincera y hábil, sin embargo, no necesariamente produce la reacción deseada. Es posible que la otra persona no esté preparada o no quiera responsabilizarse de sus actitudes y comportamientos. De todas maneras nos ayuda a liberarnos de una dinámica neurótica y nos capacita para decidir cómo reaccionar ante una determinada situación desde una posición más ventajosa y sana.
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