Del libro “Tu hijo, tu espejo” de Martha Alicia Chávez
Como ya comenté anteriormente, cuando un padre insiste con el hijo a tal punto que parece obsesionado por cambiarlo para que haga eso que “debe” hacer, no hay duda de que hay algo más, algo que el padre está proyectando en el hijo de manera inconsciente.
Y así era en el caso de Gina; su marido nunca la acompañaba
a los múltiples eventos sociales, casi todos organizados por ella misma; no
invitaban amigos a su casa y no visitaban a nadie porque al marido no le
gustaba socializar. Gina sufría por esta situación: ella deseaba que su esposo
fuera más sociable y él deseaba que ella lo fuera menos; pero lo interesante
del caso es que, al no poder cambiar a su marido, Gina inconscientemente se
esforzaba y se aferraba en cambiar a su hija (tan parecida a él por cierto).
Todo esto simbólicamente significaba: “
SI NO PUEDO CAMBIARLO A ÉL, TE CAMBIO A TI”.
En la relación padres-hijos esto es común: intentamos
cambiar en nuestro hijo lo que no podemos cambiar ya sea en otra persona
significativa para nosotros, o bien, lo que no podemos cambiar en nosotros
mismos.
Docenas de veces he escuchado en mi consultorio quejas de
hijos a quienes sus padres les piden que hagan o dejen de hacer cosas que ellos
mismos no pueden: que no fume, cuando el padre es un fumador
empedernido; que no diga “malas palabras”, cuando el padre las dice a
cada momento; que sea ordenado, cuando el padre es en extremo
desordenado; que no diga mentiras, cuando el padre sí las dice; que no
pase tanto tiempo en la computadora, cuando el padre lo hace en la
televisión; que no agreda verbal o físicamente a sus hermanos, cuando el
padre lo hace; que no grite, cuando el padre habla a gritos, y así hasta
el infinito. Y aquí va el mensaje implícito: “ESTO ES MÍO, NO ME GUSTA, NO
LO PUEDO CAMBIAR, CÁMBIALO TÚ POR MÍ”
No he conocido hasta el día de hoy un padre o una madre que
no esté genuinamente interesado en inculcar valores a sus hijos, todos lo
estamos, pero a menudo olvidamos que los hijos aprenden los valores de lo
que los padres SOMOS, no de los que DECIMOS. De manera que eso que
quieres que tu hijo SEA, DEBES SERLO tú primero. Si quieres que tu hijo
sea honesto, tú sé honesto; si quieres que tu hijo cuide su salud,
tú cuida la tuya; si quieres que tu hijo sea compasivo, tú sé compasivo;
si quieres que tu hijo sea generoso, tú sé generoso.
Nunca recuerdo haber escuchado a mi padre o a mi madre darme
sermones respecto a la honestidad, tal vez nunca siquiera hablaron del tema,
pero vi en ellos centenares de actos de honestidad y espontáneamente, sin darme
cuenta, sin ningún esfuerzo, introyecté de modo profundo ese valor.
Como siempre, la autoconciencia es necesaria para evitar
caer en este tipo de dinámicas o para detenerlas a tiempo si ya estamos metidos
en ellas. El para qué ya lo sabes: acepta lo que es tuyo y resuelve lo que a
ti te toca resolver, así contribuirás a una relación mas sana y amorosa con
tus hijos.
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