Del libro “El camino de la sabiduría” de Jorge Bucay
LA VIDA ENSEÑA
En un tren se encuentran sentados, uno frente a otro, un
afamado biólogo, premiado internacionalmente, y un casi analfabeto campesino
del lugar. El primero, con un impecable y formal traje gris oscuro; el otro,
con unos gastados pero limpios calzones de campo. Rodeado de libros, el
científico. Con un pequeño hatillo de ropa, el lugareño.
— ¿Va a leer
todos esos libros en este viaje? — pregunta el campesino.
—
No, pero jamás viajo sin ellos — contesta el biólogo.
—
¿Y cuándo los va a leer?
—
Ya los he leído… Y más de una vez.
—
¿Y no se acuerda?
—
Me acuerdo de éstos y de muchos más…
—
Qué barbaridad… ¿Y de qué tratan los libros?
—
De animales…
—
Qué suerte deben de tener sus vecinos, tener un
veterinario cerca…
—
No soy veterinario, soy biólogo.
—
¡Ah…! ¿Y para qué sirve todo lo que sabe si no
cura a los animales?
—
Para saber más y más… Para saber más que nadie.
—
¿Y eso para qué le sirve?
—
Mira… Déjame que te lo muestre y, de paso,
quizá, haga un poco más productivo este viaje. Supongamos que tú y yo hacemos
una apuesta. Supongamos que por cada pregunta que yo te haga sobre animales y
tú no sepas contestar, me dieras, digamos, un peso. Y supongamos que por cada
pregunta que tú me hagas y sea yo el que no sabe contestar, te diera cien
pesos… A pesar de lo desigual de la retribución económica, mi saber inclinaría
la balanza a mi favor y al final del viaje yo habría ganado un poco de dinero.
El campesino piensa y piensa… Hace
cuentas en la mente ayudándose con los dedos. Finalmente dice:
—
¿Está seguro?
—
Convencido — contesta el biólogo.
El hombre de los calzones mete la
mano en su bolsillo y busca una moneda de un peso (el campesino nunca apuesta
si no tiene con qué pagar).
—
¿Yo primero? — dice el campesino.
—
¿Sobre animales?
—
Sobre animales…
—
A ver… ¿Cuál es el animal que tiene plumas, no
pone huevos, al nacer tiene dos cabezas, se alimenta exclusivamente de hojas
verdes y muere cuando le cortan la cola?
—
¿Cómo? — pregunta el científico.
—
Digo que cuál es el nombre del bicho que tiene
plumas, no pone huevos, nace con dos cabezas, come hojas verdes y muere si le
cortan la cola.
El científico se sorprende y hace un
gesto de reflexión. En silencio, enseguida se pone a buscar en su memoria la
respuesta correcta…Pasan los minutos. Entonces se atreve a preguntar:
—
¿Puedo usar mis libros?
—
¡Claro! — contesta el campesino.
El hombre de ciencia empieza a
abrir varios volúmenes sobre el asiento, busca en los índices, mira las
ilustraciones, saca un papel y toma algunos apuntes. Luego baja del
portaequipajes una maleta enorme y saca de ella tres gruesos y pesados libros
que también consulta. Pasa un par de horas y el biólogo sigue revisando páginas
y mirando y musitando mientras apunta extraños gráficos en su libreta.
El altavoz anuncia finalmente que
el tren está entrando en la estación de destino. El biólogo acelera su
búsqueda, transpirando un poco agitado, pero no tiene éxito. Cuando el tren
aminora la marcha, el científico mete la mano en el bolsillo y saca un flamante
billete de cien pesos y se lo entrega al campesino diciéndole:
—
Usted ha ganado… Sírvase.
El campesino se pone de pie y,
agarrando el billete, lo mira contento y lo guarda en su bolsillo.
—
Muchas gracias — le dice. Y tomando su hatillo,
se dispone a partir.
—
Espere, espere — lo detiene el biólogo —, ¿Cuál
es ese animal?
—
Ah… Yo tampoco lo sé… — dice el campesino. Y,
metiendo la mano en el bolsillo, saca una moneda de un peso y se la da al
científico diciendo:
—
Aquí tiene un peso. Ha sido todo un placer
conocerlo, señor…
NO SIEMPRE EL MÁS
LEÍDO ES EL QUE MÁS SABE,
NO SIEMPRE EL MÁS
INSTRUIDO ES EL MÁS CULTO,
NO SIEMPRE EL QUE
TIENE MÁS INFORMACIÓN
ES EL QUE LLEVA
LAS DE GANAR,
TAMBIÉN LA VIDA
ENSEÑA… Y MUCHO.
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