Del libro
“Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas
EL SÍNDROME DE LA MONTAÑA RUSA
¿Te ha sucedido
esto? Tienes un mes para entregar un trabajo o una tarea, o para terminar un
proyecto. Pasan los días y las semanas y
no haces nada, aun sabiendo que tu reputación, trabajo o derecho a pasar un
semestre, está de por medio.
“Todavía tengo tiempo.
Sí la hago.” Te mantienes optimista y te
autoconvences de que todavía hay tiempo, para después, por supuesto, tener que
elaborar historias complicadas que intentan disculpar tu falla o retraso.
Has escuchado por
la radio que hay una fecha límite para empadronarte, para inscribirte a un
curso o para pagar tus impuestos. Pero,
por alguna extraña razón, esperas hasta el último día para hacer lo que
necesitas, aunque sabes todo lo que estás arriesgando. Muchos lo hacemos, ¿por qué?
Los sentimientos que
experimentamos al postergar las cosas se pueden comparar con lo que sentimos al
subirnos a una montaña rusa. Con la
fecha límite en la mente, vamos pensando distintas cosas y pasamos por seis
etapas.
Las seis etapas
1.- Empezamos diciendo: “Voy a prepararlo con todo el tiempo del
mundo.” Sólo que los días pasan y se van
indiferentes sin que suceda nada
específico que nos “motive” a comenzar.
2.- Ponemos
excusas como: “Ahorita me siento cansado” o “necesito hacer ejercicio
primero”, o “después de comer, par que me pueda concentrar”. Después, a medida que la fecha se acerca,
empezamos a sentir un poco de ansiedad porque no hemos hecho nada. Sin embargo, todavía tenemos esperanzas
porque “todavía hay tiempo”. Nos
tranquilizamos y pensamos: “Es viernes; mejor empiezo el lunes.”
3.-
Conforme pasan los días, el optimismo se transforma en un presentimiento
negativo. Nos damos cuenta de todo lo
malo que nos puede pasar y empezamos a
lamentar el hecho de haber esperado tanto.
Lo increíble es
que, en este punto, es común empezar a
hacer mil cosas, “menos” lo que debemos hacer. Arreglamos el escritorio, que no urge;
hacemos limpieza, que bien podría esperar; escribimos alguna carta
pendiente. Estas actividades nos
proporcionan cierto alivio; sin embargo, está claro que ¡no hemos empezado “El
Proyecto”!
4.- También es
frecuente que tratemos de distraernos con actividades que nos dan un placer
inmediato. Vamos al cine, nos
juntamos con los amigos, vemos la televisión… En fin, nos esforzamos por
divertirnos, aunque la nube gris del trabajo pendiente siga flotando en nuestra
cabeza. ¿No es el colmo?
5.-
Seguimos así hasta que, de pronto, nos
invade un sentimiento de culpa, enojo y desesperación. Es tan grande la presión y la sensación de
que el tiempo que queda es mínimo que, ahora sí, sentimos la presión y es mejor
empezar.
Entonces, como
prisioneros que van al paredón, nos
resignamos y empezamos. Por fin, el
proyecto está en camino. Para nuestro
asombro, no está tan mal como habíamos pensado.
Por lo menos la sensación de estar trabajando en el tan postergado
proyecto es gratificante.
6.-
Cuando, exhausto, terminamos la
tarea, decimos:
“Juro
que no vuelvo a posponer nada.”
¿Por qué lo hacemos?
Según los
psicólogos, la razón por la que
aplazamos interminablemente las tareas o las obligaciones es una estrategia
para protegernos de los miedos básicos:
a fracasar, a tener éxito, a perder una batalla, a la separación o el
miedo al apego.
Por lo general,
nos sentimos temerosos de ser juzgados, ya sea por los demás o por ese crítico
implacable que habita dentro de nosotros.
Nos da miedo, quizá, encontrar que nuestro mejor esfuerzo no es
suficiente. Nos aterroriza no cumplir con lo requerido o con las expectativas que
otros tienen de nosotros.
Por lo tanto,
siempre nos queda el autoconsuelo de decirnos un pretexto: “Lo hubiera hecho mejor, si hubiera tenido
otra semana más.”
Los estudios demuestran
que, cuando sentimos algún miedo, suponemos mil cosas que convierten el
esfuerzo por lograr algo en un terrible riesgo, por eso tratamos de evadirlo.
Surge entonces la
siguiente ecuación:
¿Valor personal = Habilidad = Desempeño?
En tal caso, si
hago las cosas bien, quiere decir que soy hábil. Por lo tanto, me siento muy bien conmigo
mismo y lo que produzco refleja lo que valgo como persona.
El problema aparece cuando juzgas tu habilidad
como la única medida del valor personal, sin tomar en cuenta nada más. Los que postergan las tareas se justifican
pensando: “No puedo juzgar mi desempeño porque no hice el esfuerzo completo.”
Este sentimiento es tan poderoso que a veces
preferimos que los demás piensen que somos desorganizados, flojos o poco
cooperadores, antes de sufrir la humillación de intentar algo sin conseguir lo
que esperamos.
Lo primero que debo aceptar es que mi valor
personal es independiente de la habilidad que yo tenga para desempeñarme.
Estarás de
acuerdo conmigo en que el primer paso para ponerle remedio a un problema es
reconocerlo. Para evitar el síndrome de
la montaña rusa, la próxima vez que te des cuenta que dejas pasar el tiempo,
sin actuar, detente.
Reflexiona y analiza las excusas que estás
poniéndote a ti mismo y enfréntalas a tiempo; recuerda que aunque tu vales por lo que eres, es
mejor ser evaluado por lo que hacemos y dejamos de hacer por temor. No vale la pena, ¿no crees?
.
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