jueves, 18 de mayo de 2023

Del libro “Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas - Montaña Rusa (postergar)

 

Del libro “Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas

 

EL SÍNDROME DE LA MONTAÑA RUSA

 




¿Te ha sucedido esto? Tienes un mes para entregar un trabajo o una tarea, o para terminar un proyecto.  Pasan los días y las semanas y no haces nada, aun sabiendo que tu reputación, trabajo o derecho a pasar un semestre, está de por medio.

“Todavía tengo tiempo. Sí la hago.”  Te mantienes optimista y te autoconvences de que todavía hay tiempo, para después, por supuesto, tener que elaborar historias complicadas que intentan disculpar tu falla o retraso.

Has escuchado por la radio que hay una fecha límite para empadronarte, para inscribirte a un curso o para pagar tus impuestos.  Pero, por alguna extraña razón, esperas hasta el último día para hacer lo que necesitas, aunque sabes todo lo que estás arriesgando.  Muchos lo hacemos, ¿por qué?

Los sentimientos que experimentamos al postergar las cosas se pueden comparar con lo que sentimos al subirnos a una montaña rusa.  Con la fecha límite en la mente, vamos pensando distintas cosas y pasamos por seis etapas.

Las seis etapas

1.-  Empezamos diciendo:  “Voy a prepararlo con todo el tiempo del mundo.”  Sólo que los días pasan y se van indiferentes sin que suceda nada específico que nos “motive” a comenzar.

2.-  Ponemos excusas como: “Ahorita me siento cansado” o “necesito hacer ejercicio primero”, o “después de comer, par que me pueda concentrar”.  Después, a medida que la fecha se acerca, empezamos a sentir un poco de ansiedad porque no hemos hecho nada.  Sin embargo, todavía tenemos esperanzas porque “todavía hay tiempo”.  Nos tranquilizamos y pensamos: “Es viernes; mejor empiezo el lunes.”

3.-  Conforme pasan los días, el optimismo se transforma en un presentimiento negativo.  Nos damos cuenta de todo lo malo que nos puede pasar y empezamos a lamentar el hecho de haber esperado tanto.

Lo increíble es que, en este punto, es común empezar a hacer mil cosas, “menos” lo que debemos hacer.  Arreglamos el escritorio, que no urge; hacemos limpieza, que bien podría esperar; escribimos alguna carta pendiente.  Estas actividades nos proporcionan cierto alivio; sin embargo, está claro que ¡no hemos empezado “El Proyecto”!

4.-  También es frecuente que tratemos de distraernos con actividades que nos dan un placer inmediato.  Vamos al cine, nos juntamos con los amigos, vemos la televisión… En fin, nos esforzamos por divertirnos, aunque la nube gris del trabajo pendiente siga flotando en nuestra cabeza.  ¿No es el colmo?

5.-  Seguimos así hasta que, de pronto, nos invade un sentimiento de culpa, enojo y desesperación.  Es tan grande la presión y la sensación de que el tiempo que queda es mínimo que, ahora sí, sentimos la presión y es mejor empezar.

Entonces, como prisioneros que van al paredón, nos resignamos y empezamos.  Por fin, el proyecto está en camino.  Para nuestro asombro, no está tan mal como habíamos pensado.  Por lo menos la sensación de estar trabajando en el tan postergado proyecto es gratificante.

6.-  Cuando, exhausto, terminamos la tarea, decimos:

      “Juro que no vuelvo a posponer nada.”

 

¿Por qué lo hacemos?

Según los psicólogos, la razón por la que aplazamos interminablemente las tareas o las obligaciones es una estrategia para protegernos de los miedos básicos:  a fracasar, a tener éxito, a perder una batalla, a la separación o el miedo al apego.

Por lo general, nos sentimos temerosos de ser juzgados, ya sea por los demás o por ese crítico implacable que habita dentro de nosotros.  Nos da miedo, quizá, encontrar que nuestro mejor esfuerzo no es suficiente.  Nos aterroriza no cumplir con lo requerido o con las expectativas que otros tienen de nosotros.

Por lo tanto, siempre nos queda el autoconsuelo de decirnos un pretexto:  “Lo hubiera hecho mejor, si hubiera tenido otra semana más.”

Los estudios demuestran que, cuando sentimos algún miedo, suponemos mil cosas que convierten el esfuerzo por lograr algo en un terrible riesgo, por eso tratamos de evadirlo.

Surge entonces la siguiente ecuación:

¿Valor personal = Habilidad = Desempeño?

En tal caso, si hago las cosas bien, quiere decir que soy hábil.  Por lo tanto, me siento muy bien conmigo mismo y lo que produzco refleja lo que valgo como persona.

El problema aparece cuando juzgas tu habilidad como la única medida del valor personal, sin tomar en cuenta nada más.  Los que postergan las tareas se justifican pensando: “No puedo juzgar mi desempeño porque no hice el esfuerzo completo.”

Este sentimiento es tan poderoso que a veces preferimos que los demás piensen que somos desorganizados, flojos o poco cooperadores, antes de sufrir la humillación de intentar algo sin conseguir lo que esperamos.

Lo primero que debo aceptar es que mi valor personal es independiente de la habilidad que yo tenga para desempeñarme.

Estarás de acuerdo conmigo en que el primer paso para ponerle remedio a un problema es reconocerlo.  Para evitar el síndrome de la montaña rusa, la próxima vez que te des cuenta que dejas pasar el tiempo, sin actuar, detente.

Reflexiona y analiza las excusas que estás poniéndote a ti mismo y enfréntalas a tiempo; recuerda que aunque tu vales por lo que eres, es mejor ser evaluado por lo que hacemos y dejamos de hacer por temor.  No vale la pena, ¿no crees?


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