Del libro “No te
preocupes, ¡Enfádate si quieres!” de Ajahn Brahm.
El origen del materialismo
Había una vez una
monja que llevaba una vida muy simple, con escasas posesiones y que vivía en
una cueva. Cada mañana tomaba su cuenco
de limosnas e iba al pueblo cercano a recoger lo justo para su única comida
diaria. Pasaba todo el tiempo meditando,
estudiando las Escrituras y enseñando lo que sabía a los campesinos del lugar.
Cuando volvía de
pedir limosna, una mañana, advirtió un agujero en su desgastada túnica. No era la primera vez que le sucedía. En su cueva vivía una familia de ratones. Así que, una vez más, tuvo que buscar un
pequeño trozo de tela y coserle otro parche a la túnica. Mientras cosía, pensó que si tuviera un gato no tendría ratones y no
debería perder tanto tiempo poniendo parches a la túnica. Así que al día siguiente pidió a los
campesinos un gato, y ellos le llevaron uno de buen carácter, de color marrón,
semejante al de su túnica.
Pero el gato
necesitaba leche y pescado, así que la monja tenía que pedir a los campesinos
estos productos extras cada mañana. Un
día pensó que si tuviera una vaca no tendría
necesidad de pedir leche para alimentar al gato que mantenía alejados a los
ratones que agujereaban su túnica. Así
que pidió una vaca a uno de sus acaudalados benefactores.
Pero una vez que
la monja tuvo la vaca, necesitaba hierba para que se alimentara. Así que pidió a los campesinos hierba para
alimentar a la vaca que le proporcionaba leche para el gato que mantenía
alejados a los ratones que agujereaban su túnica.
Pasados unos
cuantos días, la monja pensó que si tuviera su propio prado
no necesitaría molestar a los pobres campesinos pidiéndoles hierba cada
día. Así que organizó una colecta para
comprar unos prados cercanos que le proporcionaran hierba para alimentar a la
vaca que le daba la leche con la que alimentar al gato que mantenía alejados a
los ratones que agujereaban su túnica.
Pero tenía mucho
trabajo cuidando el prado, llevando la vaca cada mañana y ordeñándola, así que
pensó que sería útil tener un ayudante, un
joven que pudiera hacer todas esas tareas para ella. A cambio, la monja le daría orientación moral
y enseñanzas. Los campesinos eligieron a
un muchacho de una familia pobre con seria necesidad de alguna guía moral. Ahora tenía a un muchacho para vigilar los
prados que proporcionaban hierba para su vaca que daba leche para el gato que
mantenía alejados a los ratones que agujereaban sus ropas.
Pero ahora la monja necesitaba reunir más del doble de comida cada
mañana, pues su joven ayudante tenía buen apetito. Además, necesitaba una pequeña cabaña
en las proximidades para que durmiera el joven, pues era contrario a las normas
que durmiera en la misma cueva que la monja.
Así que pidió a los campesinos que le construyeran una cabaña para el
joven que cuidaba los prados que proporcionaban hierba para la vaca que daba
leche para alimentar al gato que mantenía alejados a los ratones que
mordisqueaban su túnica.
Por aquella época
comenzó a advertir que los campesinos
la evitaban: temían que fuera a pedirles algo más. Incluso cuando veían una vaca marrón
acercándose en la distancia, pensando que era la monja, corrían a ocultarse en
sus casas, con la puerta bien atrancada y las persianas de las ventanas
bajadas.
Cuando un campesino
se acercó a hacerle algunas preguntas sobre la meditación, ella le dijo:
- Lo siento. Ahora no puedo. Estoy
demasiado ocupada. Tengo que
inspeccionar la cabaña que están construyendo para el muchacho que cuida mis
prados que dan hierba para la vaca que da leche para alimentar al gato que
mantiene alejados a los ratones que se comen mi túnica.
Se dio cuenta
entonces de lo que estaba diciendo, y comprendió: “Este es el origen del materialismo”.
Dijo entonces a
los campesinos que desmantelaran la cabaña, envió al muchacho con su familia,
renunció a la vaca y a los prados, y encontró una casa en la que dejar al gato.
Pocos días
después, había vuelto a su vida sencilla, con pocas posesiones y viviendo en su
cueva. Tras volver una mañana del pueblo
con el alimento mendigado para su única comida diaria, advirtió que un ratón
había hecho otro agujero en su túnica.
Feliz y
contenta, se sentó a
coser otro parche.
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