jueves, 11 de agosto de 2022

Del libro “No te preocupes, ¡Enfádate si quieres!” de Ajahn Brahm. - Materialismo

 

Del libro “No te preocupes, ¡Enfádate si quieres!” de Ajahn Brahm.

 

El origen del materialismo

 


Había una vez una monja que llevaba una vida muy simple, con escasas posesiones y que vivía en una cueva.  Cada mañana tomaba su cuenco de limosnas e iba al pueblo cercano a recoger lo justo para su única comida diaria.  Pasaba todo el tiempo meditando, estudiando las Escrituras y enseñando lo que sabía a los campesinos del lugar.

Cuando volvía de pedir limosna, una mañana, advirtió un agujero en su desgastada túnica.  No era la primera vez que le sucedía.  En su cueva vivía una familia de ratones.  Así que, una vez más, tuvo que buscar un pequeño trozo de tela y coserle otro parche a la túnica.  Mientras cosía, pensó que si tuviera un gato no tendría ratones y no debería perder tanto tiempo poniendo parches a la túnica.  Así que al día siguiente pidió a los campesinos un gato, y ellos le llevaron uno de buen carácter, de color marrón, semejante al de su túnica.

Pero el gato necesitaba leche y pescado, así que la monja tenía que pedir a los campesinos estos productos extras cada mañana.  Un día pensó que si tuviera una vaca no tendría necesidad de pedir leche para alimentar al gato que mantenía alejados a los ratones que agujereaban su túnica.  Así que pidió una vaca a uno de sus acaudalados benefactores.

Pero una vez que la monja tuvo la vaca, necesitaba hierba para que se alimentara.  Así que pidió a los campesinos hierba para alimentar a la vaca que le proporcionaba leche para el gato que mantenía alejados a los ratones que agujereaban su túnica.

Pasados unos cuantos días, la monja pensó que si tuviera su propio prado no necesitaría molestar a los pobres campesinos pidiéndoles hierba cada día.  Así que organizó una colecta para comprar unos prados cercanos que le proporcionaran hierba para alimentar a la vaca que le daba la leche con la que alimentar al gato que mantenía alejados a los ratones que agujereaban su túnica.

Pero tenía mucho trabajo cuidando el prado, llevando la vaca cada mañana y ordeñándola, así que pensó que sería útil tener un ayudante, un joven que pudiera hacer todas esas tareas para ella.  A cambio, la monja le daría orientación moral y enseñanzas.  Los campesinos eligieron a un muchacho de una familia pobre con seria necesidad de alguna guía moral.  Ahora tenía a un muchacho para vigilar los prados que proporcionaban hierba para su vaca que daba leche para el gato que mantenía alejados a los ratones que agujereaban sus ropas.

Pero ahora la monja necesitaba reunir más del doble de comida cada mañana, pues su joven ayudante tenía buen apetito.  Además, necesitaba una pequeña cabaña en las proximidades para que durmiera el joven, pues era contrario a las normas que durmiera en la misma cueva que la monja.  Así que pidió a los campesinos que le construyeran una cabaña para el joven que cuidaba los prados que proporcionaban hierba para la vaca que daba leche para alimentar al gato que mantenía alejados a los ratones que mordisqueaban su túnica.

Por aquella época comenzó a advertir que los campesinos la evitaban: temían que fuera a pedirles algo más.  Incluso cuando veían una vaca marrón acercándose en la distancia, pensando que era la monja, corrían a ocultarse en sus casas, con la puerta bien atrancada y las persianas de las ventanas bajadas.

Cuando un campesino se acercó a hacerle algunas preguntas sobre la meditación, ella le dijo:

- Lo siento.  Ahora no puedo.  Estoy demasiado ocupada.  Tengo que inspeccionar la cabaña que están construyendo para el muchacho que cuida mis prados que dan hierba para la vaca que da leche para alimentar al gato que mantiene alejados a los ratones que se comen mi túnica.

Se dio cuenta entonces de lo que estaba diciendo, y comprendió:  “Este es el origen del materialismo”.

Dijo entonces a los campesinos que desmantelaran la cabaña, envió al muchacho con su familia, renunció a la vaca y a los prados, y encontró una casa en la que dejar al gato.

Pocos días después, había vuelto a su vida sencilla, con pocas posesiones y viviendo en su cueva.  Tras volver una mañana del pueblo con el alimento mendigado para su única comida diaria, advirtió que un ratón había hecho otro agujero en su túnica.

Feliz y contenta, se sentó a coser otro parche.

 

 

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