Del libro “El contador de historias” del Dr. Camilo Cruz
La taza de té
Esta es la historia de una reunión bastante inusual entre un académico, versado en el budismo zen, y un monje budista, maestro del centro más grande de la provincia de Yunnan en el sur de China, para quien el zen era el único estilo de vida que había conocido.
El académico
estaba agotado después de veintiséis horas de vuelo, pero sabía que tenía que
reponerse pronto; debía causar una buena primera impresión. La universidad en la cual enseñaba lo había
enviado para que ampliara sus conocimientos del budismo zen y otras doctrinas
orientales. Era importante que el
maestro supiera que, pese a él ser occidental, el rigor de los estudios que
había realizado lo ponían a la par en el conocimiento de esta filosofía con los
grandes maestros de oriente.
Durante la reunión,
el catedrático hizo lo que él consideró una profunda y completa exposición de
las diferentes corrientes de zen en occidente, sus avances y retos más
importantes. También realizó varias preguntas que había preparado con
antelación teniendo cuidado de que no fueran a parecer incultas o, peor aún,
demasiado ingenuas. Debían sonar
inteligentes y bien pensadas.
Las respuestas
del maestro fueron breves, ya que la actitud del erudito parecía indicar que lo
que en verdad buscaba no era una respuesta, sino una simple confirmación a lo
que él ya sabía. Aun así, la
conversación transcurrió en una atmósfera de respeto y cordialidad.
“Permítame
invitarle a una taza de té”, le dijo el monje en un breve momento de
silencio. El visitante agradeció el
ofrecimiento.
El anfitrión
dispuso las dos tazas y empezó a servir, espacio que el profesor aprovechó para
compartir un par de ideas más que había olvidado durante su presentación. El monje lo escuchaba con atención mientras
continuaba vertiendo el té en la taza de su huésped; estaba impresionado por
todo el conocimiento que el hombre había logrado almacenar en su mente.
La taza se llenó
rápidamente, pero el maestro continuó hasta que el líquido se rebosó y comenzó
a llenar el pequeño plato sobre el que esta reposaba. Pronto, un pequeño hilo de té empezó a
avanzar por la mesa. El académico no
sabía cómo llamar la atención del monje ante su aparente distracción. Supuso que este se encontraba tan absorto con
su exposición que, simplemente, aún no se percataba de lo que ocurría.
Cuando el té
amenazó con desbordar la mesa, el catedrático no pudo contenerse más:
“No estoy seguro
si se ha dado cuenta de que la taza ya está llena y que no le cabe una gota
más”, le dijo con sutileza, tratando de no ofender a su anfitrión. Por su parte, este no pareció estar demasiado
preocupado por su torpeza y, sin alterarse, le respondió:
“Por supuesto que
lo veo…. Y así mismo, veo que tal vez no
haya nada nuevo que yo pueda enseñarte sobre el zen, puesto que tu mente parece también ya estar llena”.
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Es muy probable
que, quienes alguna vez han estado involucrados en un proceso de coaching o han dirigido algún tipo de
entrenamiento, se hayan encontrado con personas que creen “ya saberlo todo”, que no entienden qué hacen sentadas frente
a ti puesto que, según ellas, ya están al tanto de todo lo que necesitan saber para lograr sus metas.
Sobra decir que esta es una actitud que cierra las puertas
del conocimiento y no nos permite aprender nada nuevo. Es más, ni siquiera es necesario haber caído
víctima del síndrome del “ya lo sé todo” para que el proceso de aprendizaje
cese. Con el simple hecho de creer que,
así no lo sepamos todo, ya sabemos lo suficiente y no hay necesidad de adquirir
nuevos conocimientos, las puertas de nuestra mente se cierran.
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