Del Libro “El lado
FÁCIL de la GENTE
DIFÍCIL” de César Lozano
Nadie puede hacerte la vida imposible, A MENOS QUE TU LO PERMITAS
En relaciones
humanas nadie, absolutamente nadie, puede hacer que tu vida sea un suplicio,
sólo si tú lo autorizas.
Así como cada día
la vida nos otorga regalos invaluables como ver, oír, comer, amar, también nos ofrece innumerables obsequios que la gente prodiga, entre ellos palabras
de afecto, agradecimiento o reconocimientos, merecidos o no. Se nos reconoce o
se nos adula para hacernos sentir bien, ganarse nuestro afecto u obtener algún
beneficio.
Pero también hay
quienes nos ofenden con expresiones hirientes, merecidas o no, que muchos
aceptamos sin reservarnos el derecho a rechazar tales expresiones despectivas.
Admiro a quienes literalmente se les resbala lo que no aceptan ni
merecen y siguen su vida sin engancharse con palabras envenenadas que
pueden desestabilizar a los más sensibles.
A cada momento
habrá quienes te den este tipo de regalos y tú eres el único que decide darles
importancia o ignorarlos. Aceptarlo y
responder de igual forma o simplemente dejarlos ahí, donde te los ofrecen. Decir mentalmente “no acepto ese regalo, no es para
mí, no merezco esta ofensa y simplemente dejo que se la lleve quien me la
ofreció”.
No olvidaré jamás
la templanza y seguridad que mostró un sacerdote durante una reunión
social. Entre los presentes había un
hombre que, al saber que él era cura, empezó a manifestar el desprecio que
sentía hacia la Iglesia católica, debido a ciertos acontecimientos negativos
que involucraban a sacerdotes. Ante más
de 20 personas exclamó su malestar por la presencia del religioso, la vergüenza que –según él- debería sentir al portar una sotana,
agregando ofensas contra su persona, inclusive por no elegir casarse y formar
una familia, poniendo en duda su hombría.
El sacerdote, lo escuchó tranquilamente, tomando un refresco y comiendo
un bocadillo; dejó que terminara la sarta de ofensas que al parecer guardaba
desde hacía mucho tiempo aquel hombre contra la institución que el padre
representaba. Al finalizar, el cura lo
vio fijamente y sonriente le dijo: “Es
tu opinión amigo. La cual es muy
respetable. No te digo que la agradezco,
pero tampoco la acepto.” Y ya.
“Pero dígame, ¡¿qué
tiene que decir?!”, insistió el hombre.
El sacerdote le
contestó que no era el momento ni el lugar para dar su opinión y que con gusto
lo recibiría – previa cita – en su parroquia para hablar al respecto. La gente ahí reunida se encargó de reprobar
con miradas y comentarios lo expresado por el hombre para dirigirse al
sacerdote. El padre siguió conviviendo,
¡como si nada hubiera ocurrido! No aceptó sus ofensas ni mucho menos se las
llevó. Probablemente lo molestó – lo
cual sería natural - pero no lo demostró.
La lección es clara: no tienes por qué soportar las críticas;
simplemente agradece con amabilidad y promete pensar en lo que te digan. Es
una decisión personal ante un determinado momento y no podemos dejar que las
cargas emocionales de quienes nos rodean nos aplasten a su antojo. Tú decides:
“¿Bailas al son que te toquen?” Tú
decides si aceptas y te dejas llevar por las emociones de quienes no están a
favor de tus ideas o tu forma de ser. Siempre
tendrás el control si utilizas la calma cuando otros están ofuscados, y
recuerdas que nadie puede hacerte la vida imposible a menos que tú lo autorices.
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