Del libro
“¡Supéralo! Te adaptas, te amargas o te
vas” de
César Lozano
Mi madre, después
de escuchar pacientemente, me dijo: “Un
día tú me trajiste a esta casa a esa mujer y dijiste que era el amor de tu
vida. Me dijiste claramente que por fin
habías encontrado a alguien que te comprendía y te amaba tal como eras. Un día decidiste casarte con ella y compartir
todo, lo bueno y lo malo, prometiste ante un altar amarla y respetarla todos
los días de tu vida.”
Tocándome el
cabello agregó: “Nadie dijo que el
matrimonio era fácil y no quiero que vengas a quejarte conmigo de la persona
que un día decidió compartir todo contigo.
Te amo mucho y también a ella por ser tu esposa y la madre de mis
nietos. Así que ve y arregla con ella lo que tengas que arreglar.”
¡Ups! ¿Así o más claro?
La lección que
ese día me dio mi madre fue dura pero sincera, directa, clara y
contundente. Hasta el día de hoy
resuenan en mi mente sus palabras que me ayudaron a ser responsable de mis
actos y a hacerme cargo de mis problemas.
En conclusión:
1.- No permito que una discusión demuestre mi
grado de inmadurez. Aprendo a escuchar y
expreso mis opiniones sin alterarme y
con ánimo de conciliar.
2.- Evito
a toda costa herir emocionalmente a quien me demuestra sus argumentos o sus
carencias. 80% de la gente manifiesta
sus carencias emocionales con agresividad.
3.- Dejo que
la gente hable y exprese sus sentimientos.
Esto representa el 30% de un posible acuerdo. Dejar hablar es fundamental para sentir empatía.
4.- Procuro expresar lo que pienso sin herir o
dañar más la relación. No busco confrontar ni hacer menos a nadie: busco
comunicarme.
5.- Mi objetivo final: llegar
a acuerdos que convengan a los involucrados; mi capacidad de comunicación
debe orientarse a un diálogo franco,
abierto y positivo.
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