Del Libro “No te
preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm
Cara de camello
En ocasiones,
algunas personas se enfadarán contigo.
Incluso tus seres queridos. Nos
ocurre a todos. ¡Algunos incluso se
enfadan con el Buda! ¿Qué puedes hacer
cuando estás en el punto de mira de la rabia de otro? La respuesta se puede
encontrar en la siguiente historia.
Un marido estaba
disfrutando de una tarde de descanso en su casa, Su mujer estaba ocupada preparando la cena
cuando se dio cuenta de que andaba escasa de huevos.
- ¡Oh, querido!
– dijo –. Querrías ir al mercado y comprar unos huevo que me hacen
falta?
- Claro,
cariño – respondió diligente el marido.
Aquel hombre
nunca antes había ido al mercado a comprar, así que su mujer le dio dinero, le
entregó una cesta y le indicó que el puesto de los huevos estaba en el centro
del mercado.
Cuando entraba en
el mercado, un hombre se le acercó y le dijo en alta voz:
- ¡Hola, cara de
camello!
- ¿Cómo? –
respondió el sorprendido marido –. ¿A quien está llamando cara de camello?
Pero eso solo
sirvió para estimular más al joven que empezó a insultar al marido de forma
todavía más agresiva.
- ¡Eh, Aliento
–de- murciélago! ¿Usaste mierda de perro
para afeitarte esta mañana? ¡Que las
pulgas de un millar de perros callejeros infesten tus sobacos!
Lo peor de todo
era que el marido estaba siendo insultado a gritos en público, en medio del
mercado, sin que hubiera hecho nada malo en absoluto. Estaba tan disgustado y avergonzado que se
dio media vuelta y salió de allí tan rápido como pudo.
- ¡Qué pronto has
vuelto, querido! – le dijo la esposa a su regreso –. ¿Compraste los huevos?
- ¡No! – resopló
el marido –. ¡Y no me pidas nunca más que vaya a ese incivilizado, detestable y
grosero pozo de mierda que es el mercado!
Ahora bien, el
secreto de un matrimonio duradero es saber cómo alisar las plumas encrespadas
de tu pareja cuando acaba de pasar por una experiencia desagradable. Así que su mujer lo consoló y lo
apaciguó hasta que el termómetro
interior de su corazón registró una temperatura más aceptable.
Entonces ella le preguntó suavemente qué aspecto tenía aquel joven.
- ¡Oh, es él! –
dijo su mujer riendo entre dientes –. Hace lo mismo con todo el mundo. ¿Sabes?, cuando era niño, se cayó y se dio un
golpe en la cabeza. Sufrió un daño
permanente en el cerebro y desde entonces se ha quedado trastornado. Pobre chico, no pudo ir a la escuela, no pudo
hacer amigos, no puede encontrar un trabajo, ni encontrará una chica con la que
casarse y tener una familia. El pobre
está loco de remate. Insulta a todo el que encuentra. No te lo tomes como algo personal.
Cuando el marido
escuchó la explicación, su indignación desapareció. Ahora sentía más bien compasión por el joven.
Su mujer advirtió
el cambio de actitud y le dijo:
- Querido, sigo
necesitando los huevos. ¿Te importaría
…?
- Claro que sí,
cariño – respondió el marido y volvió al mercado.
El joven lo vio
acercarse y le gritó:
-¡Eh, mirad quién
viene! ¡El viejo cara de camello ha regresado con su aliento de murciélago!
¡Tapad vuestras narices! ¡Una mierda de perro con patas entra en nuestro
mercado!
Esta vez, el
marido no estaba enfadado. Caminó
directamente al puesto de huevo con el joven siguiéndolo, aullando sus
insultos.
- No le haga caso
– dijo la vendedora de huevos – Se pone
así con todo el mundo. Está loco. Tuvo un accidente de niño.
- Sí, ya sé. Pobre muchacho – respondió el marido mientras
pagaba los huevos.
El joven siguió
al hombre hasta el límite del mercado, gritándole cada vez más
obscenidades. Pero esta vez el marido no
se alteró, pues sabía ya que el muchacho estaba loco.
Ahora que conoces
esta historia, la siguiente vez que alguien te diga cosas terribles, o que tu
pareja se enfade contigo, simplemente puedes suponer que se ha dado un golpe en
la cabeza y que sufre un momentáneo trastorno en el cerebro. Pues en el budismo, enfadarse con los otros e
insultarlos se considera una “locura temporal”.
Cuando comprendes que la persona que se enfada contigo está temporalmente trastornada, eres capaz de responder con ecuanimidad e incluso con compasión: ¡pobrecillo!
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