Del Libro: “Cuentos para pensar” de
Jorge Bucay
Había una vez un señor que
vivía como lo que era:
Una persona común y
corriente.
Un buen día,
misteriosamente, notó que la gente empezó a halagarlo diciéndole lo alto que
era:
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la altura que tienes…
Al principio esto lo sorprendió, así que,
durante unos días, notó que se miraba de reojo al pasar frente a los
escaparates de los negocios y en los espejos del metro…
Pero el hombre siempre se veía igual, ni tan
alto ni tan bajo….
Él trató de restarle importancia, pero
cuando después de unas semanas, notó que tres de cada cuatro personas lo
miraban desde abajo, empezó a interesarse en el fenómeno.
El señor compró un metro para
medirse. Lo hizo con método y minuciosidad,
y después de varias mediciones y revisiones, confirmó que su estatura era la de
siempre.
Los otros seguían admirándolo:
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la estatura que tienes…
El hombre empezó a pasar largas horas
delante del espejo mirándose. Trataba de
confirmar si era realmente más alto que antes.
No había caso: él se veía normal, ni tan
alto ni tan bajo.
No contento con eso, decidió marcar, con
un gis en la pared, el punto más alto de su cabeza (tendría así una referencia confiable
de su evolución).
La gente insistía en decirle:
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la estatura que tienes…
… y se inclinaban para mirarlo desde
abajo.
Pasaron los días.
Varias veces el hombre volvió a marcar con
gis la pared, pero su marca estaba siempre a la misma altura.
El hombre empezó a creer que se estaban
burlando de él, así que, cada vez que alguien le hablaba sobre alturas, este
cambiaba de tema, lo insultaba o simplemente se iba sin decir una palabra.
De nada sirvió…. la cosa seguía.
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la estatura que tienes…
El hombre era muy racional y todo esto,
pensó, debía tener una explicación.
Tanta admiración recibía y era tan lindo
recibirla que el hombre deseó que fuera cierto…
Y un día se le ocurrió que quizá… sus ojos
lo engañaban.
Él podría haber crecido hasta ser un
gigante y por algún conjuro o hechizo, ser el único que no lo podía ver…
- ¡Eso! ¡Eso debía de ser lo que estaba
pasando! – montado en esta idea, el señor empezó a vivir, desde entonces, un
tiempo glorioso.
Disfrutaba de las frases y las miradas de
los otros.
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la estatura que tienes…
Había dejado de sentir ese complejo de
impostor que tan mal lo tenía.
Un día sucedió el milagro.
Se paró frente al espejo y realmente le
pareció que había crecido.
Todo empezaba a aclararse. El hechizo había terminado, ahora él también
podía verse más alto.
Se acostumbró a pararse más erguido.
Caminaba tirando la cabeza para atrás.
Usaba ropa que lo hacía más estilizado y
se compró varios pares de zapatos con plataformas.
El hombre empezó a mirar a los otros desde
arriba.
Los mensajes de los demás se transformaron
en asombro y admiración.
-
¡Qué
alto estás!
-
¡Cómo
has crecido!
-
Te
envidio la estatura que tienes…
El señor pasó del placer a la vanidad y de
ésta a la soberbia sin solución de continuidad.
Ya no discutía con quien le decía que era
alto, más bien avalaba su comentario e inventaba algún consejo sobre cómo
crecer rápidamente.
Así pasó el tiempo, hasta que un día… se
cruzó con el enano.
El señor vanidoso se apuró a pararse a su
lado, imaginando anticipadamente sus comentarios, se sentía más alto que nunca…
Pero, para su sorpresa, el enano
permaneció en silencio.
El señor vanidoso carraspeó, pero el enano
no pareció registrarlo. Y aunque se
estiró y estiró hasta casi desarticular su cuello, el enano se mantuvo
impasible.
Cuando ya no pudo más, le susurró:
- ¿No te sorprende mi gran altura? ¿No me ves gigantesco?
El enano lo miró de arriba abajo, lo
volvió a mirar y con escepticismo dijo:
- Mire, desde mi altura todos son gigantes
y la verdad es que desde aquí, usted no me parece más gigante que otros.
El señor vanidoso lo miró despectivamente
y como único comentario le gritó:
- ¡Enano!
Volvió a su casa, corrió hacia el gran
espejo de la sala y se paró frente a él….
No se vio tan alto y como esa mañana.
Se paró junto a las marcas en la pared.
Marcó con gis su altura, y la marca…
¡Se superpuso a todas las anteriores!...
Tomó el metro y temblorosamente se midió,
con firmando lo que ya sabía:
No había crecido ni un milímetro…
Nunca había crecido ni un milímetro…
Por primera vez en mucho tiempo volvió a
verse uno más, uno igual a todos los otros.
Volvió a sentirse de su altura: ni alto ni bajo.
¿Qué iba a hacer ahora cuando se
encontrara con los demás?
Ahora él sabía que no era más alto que
nadie.
El señor lloró.
Se metió en la cama y creyó que no iba a
salir nunca más de su casa.
Estaba muy avergonzado de su verdadera
altura.
Miró por la ventana y vio a la gente de su
barrio caminar frente a su casa…
… ¡todos le parecían tan altos!
Asustado volvió a correr para ponerse
frente al espejo de la sala, esta vez para comprobar si no se había achicado.
No.
Su altura parecía la de siempre….
Y entonces comprendió….
Cada uno ve a los demás mirándolos desde arriba o desde abajo.
Cada uno ve a los altos o a los bajos según su propia posición en el mundo,
Según su limitación,
Según su costumbre,
Según su deseo,
Según su necesidad….
El hombre sonrió y salió a la calle.
Se sentía tan liviano que casi flotaba por
la vereda.
El señor se encontró con cientos de otros
que lo encontraron gigante y algunos otros que lo vieron insignificante, pero
ninguno de ellos consiguió inquietarlo.
Ahora él sabía que era uno más.
Uno más….
Como todos….
.