Leoncio nos
explica:
-Vamos a cruzar
uno por uno a través del andador. Pero
antes debo advertirles algo: ¿Se dieron
cuenta de que ninguno de los nativos se atrevió a meterse al agua? La razón es muy simple: esta fosa negra tiene un sulfuro que quema la
piel. No hay peces ni vida acuática
aquí. Si alguno de ustedes se cae,
cierre los ojos y nade a la orilla;
sentirá muchísimo ardor, sobre todo en los párpados y en el área de los
genitales. Tendrá que quitarse la ropa,
secarse muy bien y aplicarse una crema medicinal contra quemaduras que hemos
traído. Como no podrá usar su ropa de
nuevo, tendrá que caminar de regreso desnudo, envuelto en una toalla. Así que por favor, no se caigan. Este no es un lugar adecuado para nadar.
Hay murmullos
angustiosos. Los mismos constructores
prueban la solidez de su obra y es Leoncio quien inaugura el recorrido. Pasa sobre las tablas que se bambolean.
-Cuando caminen
por aquí – dice calmoso –, háganlo con seguridad; mirando hacia el frente, sin apartar la vista
de la otra orilla.
Lo logra.
-Yo no voy a poder
hacer eso – vaticina Mendel.
Coincido con él,
pero Kidori, que está a su lado, lo anima:
- Claro que puedes,
amigo! Convéncete. No pienses en tu
cojera. Ya oíste al guía: actúa con
seguridad.
-¿Y si me caigo?
-No te
caerás. Mírame a los ojos – y repite –:
No te caerás.
-Lo
intentaré; después de que todos lo hayan
hecho.
- No lo
intentarás. Lo harás.
Nadie pierde el
equilibrio. Cuando es mi turno me doy
cuenta de que es más fácil de lo parece.
Los tablones se mueven pero están bien armados y son anchos. Exhorto a Mendel, quien ha quedado al último,
del otro lado.
Todos comienzan a gritarle palabras de ánimo. Ante la algarabía de porras y palmas se atreve a intentarlo. Sus movimientos son titubeantes. Da dos pasos y se tambalea. Vuelve a dar otros dos pasos y vacila de nuevo. Los gritos de aliento se incrementan. Ante cada metro avanzado agita los brazos a punto de perder el equilibrio y se mantiene en pie. Cruzar esos veinte metros sobre agua azufrada resulta una verdadera odisea para él. Cuando lo logra, todos le aplauden y varios lo abrazan. Sonríe.
Todos comienzan a gritarle palabras de ánimo. Ante la algarabía de porras y palmas se atreve a intentarlo. Sus movimientos son titubeantes. Da dos pasos y se tambalea. Vuelve a dar otros dos pasos y vacila de nuevo. Los gritos de aliento se incrementan. Ante cada metro avanzado agita los brazos a punto de perder el equilibrio y se mantiene en pie. Cruzar esos veinte metros sobre agua azufrada resulta una verdadera odisea para él. Cuando lo logra, todos le aplauden y varios lo abrazan. Sonríe.
-Muy bien – dice
Leoncio –. Ahora pongan atención. Volverán a cruzar de regreso, pero ahora
habrá una dificultad extra. ¿Ven a los
seis jóvenes nativos que están alrededor del lago? Tienen un costal de semillas y frutos
podridos que recogieron de la selva.
Mientras ustedes pasan por el andador, ellos les arrojarán esos objetos
al cuerpo. Créanme tienen buena
puntería. Manténganse imperturbables,
mirando al frente, ignorando los golpes que reciban. La mayoría de los proyectiles son suaves; sólo algunos les causarán dolor; nada que no puedan soportar.
Comienza la
dinámica. En efecto, los niños de la
selva son buenos para arrojar objetos, pero están bien aleccionados. Cuando ven la persona tiene miedo y oscila
demasiado, se portan benevolentes; en
cambio, cuando el participante se muestra seguro, arremeten contra él
haciéndolo cruzar una verdadera lluvia de proyectiles.
Varios de los
estudiantes tienen que agacharse y algunos incluso ponerse en cuclillas para
mantener el balance. Uno de los maestros
cae al agua, lo vemos nadar a la orilla a toda prisa. Sufre picazón insoportable. Sale gritando y bailando; se agarra los genitales con evidente
dolor. Dos de sus compañeros profesores
lo apartan detrás de unos árboles para ayudarlo a quitarse la ropa contaminada.
El incidente
alarma a los que todavía no cruzan y eso ocasiona que caigan al agua cuatro
mujeres y dos hombre más. Todos salen
corriendo y se van al vestidor improvisado.
Al final, Mendel
camina con una expresión de derrota anticipada;
consigue llegar hasta la mitad del trayecto, pero va demasiado
preocupado por los golpes y acaba perdiendo el equilibrio también.
Los chicos nativos
ríen a carcajadas.
Quienes no caímos,
tenemos la cabeza y el cuerpo embadurnados de materia orgánica.
Leoncio nos hace
caminar a un paraje desarbolado en el que los leñadores clandestinos han dejado
troncos cercenados. El piso es lodoso;
en algunas partes el fango es tan suave que nos hundimos hasta las
rodillas. Quienes hallamos un madero
limpio nos sentamos. Los ocho
perdedores, desnudos, envueltos en toallas, prefieren quedarse de pie. Leoncio comienza a explicar.
El tema de hoy se
llama CALUMNIAS Y MENTIRAS. En el ejercicio que acabamos de hacer,
ustedes fueron acribillados con frutas podridas. Algunas duelen al golpear, pero su verdadero
peligro es que distraen. Casi todos
estaban tan preocupados tratando de esquivarlas que perdieron la visión de su meta:
llegar al otro lado. Así es la
vida. Muchísimas personas han perdido
sus objetivos porque se la pasan esquivando agresiones, vengándose de las
calumnias y creyendo las mentiras que les dicen. El problema final siempre está en lo que
aceptamos o no creer. Buda dijo: “Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto
daño como tus propios pensamientos”. Por
otro lado la Biblia dice: “No confíes
más en el hombre, pues no dura más que el soplo de sus narices: ¿para qué estimarlo tanto?
Sobrevalorar la
opinión ajena es un grave error, no tomes demasiado en serio lo que los demás
piensan de ti. Las mentiras que otros dicen para lastimarte
suelen estar precedidas de las palabras eres, nunca, siempre, nadie, todos. Por ejemplo: Eres tonto, siempre pierdes, nunca haces las cosas
bien. Cuando esos proyectiles
te alcanzan y derriban, acabas creyendo y dices: Soy un inútil, nadie me quiere, todos me
tienen mala fe. Corta de raíz ese mal
hábito. ¿No sabes cómo? Haz como si todas las mentiras respecto a ti
fueran eso, mentiras. Haz como si las
hubieras descubierto, como si te hubieras dado cuenta de la estafa. No podrá pasar mucho tiempo antes de que
sepas la verdad… Vales mucho. Tienes
dignidad. Mereces respeto. Si sobrestimas los comentarios afrentosos,
acabarás perdiendo el camino como estos pobres infelices – señala a los
perdedores del juego; volteamos a verlos; están descalzos con el gesto ceñudo,
abrazando celosamente la toalla que cubre su desnudez -. Debo hacer un
paréntesis aclaratorio – agrega el líder –. A veces, recibimos críticas dignas
de ser escuchadas porque no refieren lo que somos, sino lo que hacemos mal de
vez en cuando y podríamos mejorar. Por ejemplo, si dos personas dicen te huele
mal la boca, no pienses que necesariamente te quieren calumniar, en vez de ello
lávate los dientes, pásate el hilo dental y usa un buen enjuague bucal; después
olvida el tema. No vivas preocupado por
lo que ya solucionaste. Por último pon
especial esmero en rechazar las que yo llamo mentiras fatalistas; las que te auguran un futuro de muerte,
dolor, sufrimiento o ruina… Ese tipo de
mentiras te ponen en un estado de pánico y no te dejan prosperar. El ejercicio que acabamos de hacer fue
difícil porque estaba fundado en una mentira fatalista. ¡El agua con sales de azufre! – sonríe –. ¡No
era cierto! Por favor pasen al frente
los que cayeron – lo hacen –. Ahora quítense la toalla.
¡Todos están
vestidos!
Tienen la ropa
mojada puesta y no sufrieron ninguna quemadura en los genitales ni en los ojos.
El maestro que
tropezó primero fue un actor. Al resto
de los que fallaron, se les explicó todo detrás de los árboles, donde
supuestamente iban a cambiarse de ropa.
Los chicos ríen y
hablan al unísono. Muchos de
carcajean. Alguien arroja una bola de
lodo a Leoncio. De forma intempestiva,
el resto de los alumnos comienza a aventar tierra mojada al instructor. Se desata una batalla campal en la que el
principal agredido es el líder del grupo y los niños de la selva, que no
paraban de reír. Después, volvemos a la
poza y nos tiramos al agua disfrutando de la maravilla de estar en ese paraíso
selvático, nadando en una laguna escondida, rodeados de amigos.
¿Cuáles son las
mentiras en las que has creído?
.