Del Libro “Dios nunca
parpadea” de Regina Brett
“Me tomó cuarenta años descubrir la
felicidad y aferrarme a ella. Sentía que al momento de mi nacimiento,
Dios había parpadeado. El instante había pasado inadvertido para Él y jamás
supo que yo había llegado. Mis padres
tuvieron once hijos, y aunque amo profundamente a mis papás y a mis cinco
hermanos y cinco hermanas, algunas veces me sentía perdida entre la camada.”
La vida no
es justa, pero de todas maneras es buena.
… Yo había pasado por
mi primera quimioterapia y me podía imaginar calva. Poco después, vi a un hombre usando una gorra
de béisbol con las siguientes palabras inscritas: LA
VIDA ES BUENA.
La vida no se sentía buena para mí, y estaba por sentirse
peor, así es que le pregunté al hombre dónde había conseguido su gorra. Dos días más tarde, Frank atravesó la ciudad
y se detuvo en mi casa para darme una.
Frank es un hombre mágico, pintor de casas, de oficio, él vive de
acuerdo a una sencilla palabra: Puedo.
La palabra le recuerda tener gratitud por todo. En vez de decir, “Tengo que ir hoy al trabajo”, Frank se dice a sí
mismo, “Puedo ir hoy al trabajo”. En vez de decir, “Tengo que ir a la tienda”, él puede
ir. En vez de decir, “Tengo
que llevar a los niños a su
entrenamiento de béisbol”, lo puede hacer. Funciona para todo.
La gorra en alguien más que no fuera Frank quizá carecería
del mismo poder. Era azul marino con un
parche ovalado que anunciaba su mensaje en letras blancas.
Y la vida fue buena, aunque mi cabello cayó, mi cuerpo se
debilitó y mis cejas desaparecieron. En
lugar de ponerme una peluca, usé esa borra como mi respuesta al cáncer, como mi
cartelera ante el mundo. La gente
experimenta una morbosa fascinación al ver a una mujer calva; cuando husmeaban, recibían el mensaje.
Gradualmente, fui mejorando, mi cabello volvió a crecer y
guardé la gorra hasta que a una amiga le dio cáncer y preguntó por ella. Quería una.
Al principio, no deseaba desprenderme de la mía, era como mi chupón, la
cobijita que me daba seguridad, pero debía cederla; si no lo hacía, la suerte podría
terminarse. Ella hizo la promesa de
mejorar y cederle la gorra a otra mujer.
En su lugar, ella me la regresó para que yo se la diera a otra
sobreviviente.
La llamamos Gorra de la Quimio.
No sé cuántas mujeres la hayan usado en estos últimos once
años, he perdido la cuenta. Tantas
amigas han sido diagnosticadas con cáncer de mama: Arlene, Joy, Cheryl, Kaye, Sheila, Joan, Sandy. Mujer tras mujer la fueron pasando.
Cuando la gorra regresó a mí, siempre parecía más cansada y
gastada, pero cada muer tenía una nueva chispa en sus ojos. Todas las mujeres que usaron la Gorra de la
Quimio están llenas de vitalidad.
El año pasado se la di a mi amigo y compañero de trabajo,
Patrick. A él le habían diagnosticado
cáncer de colon a los 37 años. Patrick
recibió la gorra, aunque yo no estaba segura de que pudiera hacerle frente a
ningún otro tipo de cáncer. Le contó a
su mamá sobre la gorra, cómo él era hora un eslabón en esta cadena de
supervivencia. Ella encontró la compañía
Life is Good, Inc., que fabricaba las gorras y otros productos con el
lema. Llamó a la compañía para contar la
historia y pedir una caja completa de cachuchas.
La señora se las envió a los amigos y parientes más cercanos
de Patrick, quienes se tomaron fotos usándola.
En su refrigerador, él puso las fotos de amigos de la universidad y sus
hijos y perros con la gorra de LA VIDA ES BUENA.
Mientras tanto, las personas de Life is Good, Inc., se
sintieron conmovidas por el relato de la mamá de Patrick, y debido a ello
hicieron una junta de personal y retrataron a sus empleados, “en el espíritu de la gorra viajera y de la
suerte”, a pasar sus gorras a alguien que necesitara apoyo. La compañía envió a Patrick una foto de los
175 empleados con la gorra puesta.
Patrick terminó la quimioterapia y está bien. Tuvo tanta suerte; jamás perdió su cabello, sólo se le hizo más
delgado. Jamás tuvo que ponerse la
gorra, pero ésta tuvo el poder de conmoverlo.
Él la mantuvo en una mesa junto a las escaleras donde pudiera ver el
mensaje cada día.
El gorro lo hizo superar los días realmente malos, cuando
quería dejar la quimioterapia y rendirse.
Cualquiera que haya tenido cáncer conoce esos días; incluso las personas que jamás han tenido
cáncer los conocen.
Resulta que no era la gorra, sino el mensaje lo que nos hizo
seguir adelante a todos, lo que todavía nos hace seguir adelante.
La visa es buena.
Transmite el mensaje.
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