Del Libro “Cómo curar
un corazón roto” de Gaby Pérez Islas
De 12 a 14 años
Los jóvenes pasan por un duelo intenso, como todo lo que
viven, al enfrentar una pérdida. No
porque los veamos salir o reírse significa que no lo están sintiendo y no les
afecta. Los chicos se ríen, juegan y van
a fiestas como una necesidad biológica y emocional; el juego les da la oportunidad de crecer,
simular, resolver y lo necesitan tanto como la comida o la afectividad.
Su duelo es intermitente, a veces están muy, muy bien, y
otros días los vemos sumidos en una profunda tristeza. Debemos estar disponibles para ellos,
cercanos; y recordar que en esta etapa la música y los buenos amigos siempre
ayudan. Es muy importante no tener una
actitud persecutoria con ellos, sino más bien de estrecha vigilancia. Si hemos desarrollado un hogar abierto donde
los amigos sean bien recibidos y se fomente la convivencia en grupo, tendremos
dos barandales importantes de los cuales sostenernos en un momento de pérdida.
Conviene enormemente hablar con los jóvenes sobre el hueco
que sentimos en el corazón tras haber perdido
a alguien. Ese vacío no debe llenarse
con comida, alcohol ni drogas.
Simplemente debemos aprender a vivir con él como otros han aprendido a
vivir con una bala alojada en la cabeza.
Bernardo,
de 14 años, nos habla acerca del tema.
La muerte,
para mí, es el fin tanto de tu “espíritu” como de tu cuerpo. Después de la muerte no hay nada; quien muere no recordará a nadie y no estará
con nadie. Yo no creo en otra vida ni,
mucho menos, en la reencarnación. Pienso
que mis seres queridos que han muerto no están en otro lado, simplemente ya no
existen. Mucha gente para hacer el duelo
más fácil dice de la persona muerta:
“está en un lugar mejor”, “ya está con su familia”, “este mundo ya no
era el mejor para ella”, “ya está curada”, etcétera. Pero como ya he dicho, es únicamente un pretexto
para pensar que ella sigue aquí. Yo, en
vez de quedarme con una persona en el corazón, la conservo en mis recuerdos y
memorias porque ahí estará siempre presente.
Como los animalitos heridos, el adolescente se enconcha para
sentir su dolor. Lo vive de manera
solitaria y callada, limitándose mucho a expresar lo que siente a través de
lágrimas. Invitemos a nuestros chicos a
llorar con nosotros, a encontrar en hermanos y padres una fuente inagotable de
esperanza y apoyo, y no un pozo de silencio donde cada uno de los integrantes
deposita su cuota diaria. Lo que
funciona para amortiguar el dolor de la ausencia son las redes de apoyo, pues
las cadenas se rompen, pero las redes contienen y soportan.
David
frente al alcoholismo de su hermana
Estoy harto
de mi casa. Me revientan todos. Mi hermana se la pasa en la fiesta y aunque
la amenazan y le gritan, nunca le cumplen lo que le dicen. Ella una vez se tomó unas pastillas para
dizque suicidarse y a partir de ahí tiene a mis papás agarrados de las
manos. Le tienen tal miedo que entran a
su cuarto dos o tres veces en la noche para ver si está bien.
Yo sí
estudio, me porto más o menos bien y conmigo es con quien se desquitan. Siento un gran peso sobre mis hombros porque
yo no puedo fallarles también.
Ella promete
que ya no va a tomar y nunca lo cumple.
Yo no sé cómo mis papás pueden creerle, si ni yo le creo. Pobre, pero la verdad me parece que sí tiene
broncas ya con el alcohol y nos está llevando a todos entre las patas.
La vida a
veces nos pide perder, soltar, dejar ir,
y es solo cuando nos quedamos con las manos abiertas y vacías que podremos
recibir de nuevo.
Nadie puede
aplaudir o acariciar con los puños cerrados.
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