jueves, 28 de junio de 2018

Del Libro “Una vida sin límites” de Nick Vujicic






A menudo en mis discursos muestro mi filosofía sobre el fracaso de la siguiente manera:  me tiro al suelo sobre mi abdomen y continúo hablándole al público en esa posición.  Como no tengo miembros, tal vez piensas que no puedo volver a levantarme solo.  También el público se imagina eso.
Cuando era muy pequeño, mis padres me enseñaron a levantarme de una posición horizontal.  Ponían almohadas abajo y me convencían de que me apoyara en ellas.  Pero yo tenía que hacerlo a mi modo, la forma difícil, por supuesto.  En lugar de usar las almohadas, me arrastraba hasta una pared, silla o sillón, apoyaba mi frente sobre alguno de estos muebles para equilibrarme y luego me iba levantando pulgada por pulgada.  No es muy elegante,  ¿verdad? Pero, ¿qué se siente mejor?,  ¿levantarse o quedarse tirado?  Eso sucede porque no fuiste diseñado para arrastrarte por el suelo, fuiste creado para levantarte una y otra y otra vez, hasta liberar todo tu potencial.
Al mostrar en mis pláticas el método para levantarme, de vez en cuando tengo algún problema técnico.  Por lo general hablo desde una plataforma elevada, un proscenio, incluso un escritorio o mesa si estamos en un salón de clases.  Una vez, en una escuela, me caí de la mesa antes de poder darme cuenta de que alguien, con muy buenas intenciones, había encerado la superficie antes de mi discurso.  Estaba más resbalosa que una pista olímpica de hielo.  Traté de limpiar una sección de la mesa para poder asirme, pero no tuve suerte.  Fue un poco embarazoso cuando tuve que interrumpir la lección y pedir ayuda:  “¿Podría alguien echarme una mano?”
En otra ocasión, estaba hablando en un evento de caridad en Houston ante un público muy nutrido y distinguido.  Ahí estaban Jeb Bush, ex gobernador de Florida, y su esposa, Columba.  Cuando me prepara para hablar de la importancia de no rendirse nunca, me dejé caer sobre mi panza como de costumbre.  La multitud se quedó en silencio, también como de costumbre.
“Todos fracasamos de vez en cuando”, dije.  “Pero fracasar es como tropezarse: tienes que seguir poniéndote de pie y aferrarte a tus sueños”.
El público realmente estaba muy involucrado, pero, antes de que yo pudiera siquiera demostrar que tenía la capacidad de levantarme de nuevo, salió una mujer apresurándose desde el fondo de la sala.
“A ver, déjame ayudarte”, dijo.
“Pero no necesito ayuda”, susurré entre dientes.
“Esto es parte del discurso”.
“No seas tonto.  Déjame ayudarte”, insistió.
“Señora, por favor.  En verdad no necesito su ayuda, estoy tratando de demostrar algo”.
“Bueno, entonces, si estás seguro de eso, cariño”, me dijo antes de volver a su asiento.
Creo que, cuando la vieron sentarse de nuevo, las personas del público se sintieron casi tan aliviadas como cuando vieron que yo me levantaba otra vez.  A veces, la gente se pone muy emotiva cuando se dan cuenta de que me basta con poner la frente en el suelo.
La gente se identifica con mi batalla porque todos batallamos.  También te puedes sentir identificado cuando tienes planes y te estrellas con un muro o cuando llegan muy malos tiempos.
Tus problemas y tribulaciones son parte de la vida que compartes con toda la humanidad.
Incluso cuando ya has creado un sentido del propósito en tu vida, cuando sigues confiando en las posibilidades, cuando tienes fe en el futuro y aceptas tu valor, cuando mantienes una actitud positiva y te niegas a que los miedos te detengan, seguirás tropezándote con obstáculos y desilusiones.  Pero nunca debes pensar que el fracaso es una etapa final, nunca debes equipararlo con la muerte porque, la realidad es que, en cada batalla, tú estás viviendo la vida.  Estás ahí en el juego, los desafíos que enfrentamos nos pueden ayudar a ser más fuertes y a prepararnos mejor para el éxito.

LAS  LECCIONES  DE  PERDER
Debes tratar de considerar que tus fracasos, en realidad, son regalos porque casi siempre te están preparando para el gran momento del éxito.  Entonces, ¿cuáles son los beneficios que se derivan de un contratiempo o una derrota?  A mí se me ocurren por lo menos cuatro valiosas lecciones que aprendemos a través del fracaso.
Es un gran maestro.
Construye el carácter.
Te motiva.
Te ayuda a valorar el éxito.


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