- Cuando era chico, me
gustaba la música. Trabajé y trabajé
hasta que me pude comprar mi primer instrumento; luego aprendí a ejecutar mis melodías preferidas, y fue
pasando el tiempo hasta que lo hice cada vez mejor.
A pesar de que era muy
feliz con mi querido saxo, no creía que podría llegar a ser famoso. En el fondo, tenía miedo de tener compromisos
y de no poder cumplirlos. Me fui
limitando tanto que terminé dejando el saxo en un armario, y fue otra cosa más
que jugó en mi contra. Para mí la música
era un bálsamo, mi cable a la tierra.
Pero había algo que me
molestaba y era que mi familia no reconocía mi talento para la música, y yo
necesitaba mucho el reconocimiento de ellos;
en cambio tenía la admiración y la aceptación de gente más ajena a mí.
- Bueno, eso muy común.
Muchas veces, en su casa, uno deja escapar la peor parte de su
personalidad: después de todo, uno no tiene que hacer cumplidos, ni sonreír si
no tiene ganas. Para los que viven
contigo, es natural todo lo que haces y, por más que acepten y valoren tus
virtudes, es probable que no te lo hagan saber.
Acepta que, el que tiene que
reconocerse y valorarse eres tú mismo.
Uno transmite al otro lo que cree que es.
Si crees ser un
sol, lo iluminarás con tus rayos. Si
crees que eres tormenta, el otro verá los nubarrones y no se te acercará.
Tú eres un ser especial.
Nadie puede ver como eres realmente, porque no te conocen de verdad.
Tú eres valioso porque eres parte de Dios y debes ser el
primero en reconocer cómo eres y el
primero en tenerte fe y en amarte.
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