Perdonar a los
padres
Después de vivir nueve
meses en un vientre seguro y que nos nutre, hacemos nuestra entrada en el mundo
exterior. El proceso natural del parto
nos lleva hasta el momento en que se corta el cordón umbilical y se establece
nuestra autonomía física.
Cuando llegamos a este
mundo somos influenciables y receptivos, y al principio seguimos las
indicaciones de nuestros padres, los directores temporales de nuestra
vida. Después, a medida que pasan los
años, aprendemos nuestras primeras lecciones sobre el amor y el temor, la
seguridad o la inseguridad, la generosidad o el miedo y la ambición, el respeto
por nosotros mismos o la vergüenza y la poca autoestima, la necesidad de
controlar o de sentirnos seguros en nuestra vulnerabilidad.
Cuando llegamos a la edad adulta
tenemos la oportunidad de hacer realidad otro tipo de autonomía, una autonomía
esencial para nuestro crecimiento emocional y nuestra madurez espiritual. Si
no hemos sanado la relación con nuestros padres, esta autonomía nos exige
pasar por otro proceso de parto.
Entonces, en lugar de cortar un cordón umbilical físico, hemos de
cortar uno emocional que nos liga a nuestros padres, un cordón hecho de
un pasado de necesidades insatisfechas y expectativas, acusaciones, vergüenza y
culpa. Si este cordón
continúa intacto, hará que una parte nuestra siga siendo un niño pequeño, nos
cerrará el corazón y, al igual que todo resentimiento, nos retendrá como
rehenes emocionales del pasado.
Cortar el cordón
requiere que no dependamos de nuestros padres, que ya no esperemos de ellos sustento, amor ni apoyo si no nos lo pueden
proporcionar en estos momentos. El perdón nos
sirve de misericordioso escalpelo con el cual cortamos el cordón umbilical y
quedamos libres.
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