Del libro “El
contador de historias” del Dr.
Camilo Cruz
El perro quejumbroso
Un forastero
llegó a la casa de un viejo labrador.
Junto a la puerta se encontraba sentado uno de sus perros. Era evidente que algo le molestaba, ya que
ladraba y se quejaba sin parar. Después
de unos minutos de presenciar su evidente estado de incomodidad y dolor, el
visitante le preguntó al granjero qué le estaría sucediendo al pobre animal.
“No se preocupe
ni le preste atención”, respondió este sin mostrar mayor preocupación. “Ese perro lleva varios años en las mismas”.
“Pero… ¿nunca lo
ha llevado a un veterinario a ver qué le estará sucediendo? Mire que puede ser algo grave”, señaló el
visitante visiblemente consternado por el lamentable estado del animal.
“Ah no, no hay
nada de qué preocuparse; yo sé qué es lo que le molesta. Lo que sucede es que es un perro perezoso”.
“¿Y qué tiene eso
que ver con sus ladridos?”, indagó al no entender la relación entre la flojera
del animal y sus lamentos.
Vera usted,
ocurre que, justo donde está acostado, se encuentra la punta de un clavo que
sobresale del piso y lo pincha y lo molesta cada vez que se sienta ahí; por
eso, sus ladridos y quejas”.
“Pero… ¿por qué
no se mueve a otro lugar?”
“Porque,
seguramente, el clavo lo molesta lo suficiente como para quejarse, pero no lo
suficiente como para moverse”.
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Cuando trabajamos
con otros, ya sea fijando nuevas metas de ventas con nuestros empleados,
asignándole un proyecto a un grupo de estudiantes, guiando a nuestros hijos en
cualquiera de las etapas de su vida o ayudándole a un nuevo empresario a dar
los primeros pasos en su negocio, tarde o temprano nos encontramos con algún
perro quejumbroso –personas que se quejan por todo; - tienen mil excusas para no hacer nada, no le
ven solución a ningún problema, pero parecen siempre encontrarle mil problemas
a cada solución que les propongamos. Se
han acostumbrado a jugar el papel de víctimas y dan la impresión de estar más
interesadas en buscar culpables que en encontrar respuestas. Esto hace que anden siempre a la defensiva y
que cualquier mención que hagamos sobre su pobre actitud la perciban como un
ataque personal. En tales
circunstancias, la tensión es alta y, a menos que hagamos algo drástico, la
comunicación no prospera.
Una historia como
esta puede hacer que ellas bajen la guardia un poco, que abran su mente y
consideren si a lo mejor no están actuando como el lastimero protagonista de
nuestro relato. La terca actitud del
perro nos confronta con el peor enemigo del éxito: el conformismo. El obstinado animal ha terminado por conformarse
con su sufrimiento. Gime y ladra sin
consuelo para dejarle saber a todo el mundo sobre su dolor e incomodidad, pero
no está dispuesto a moverse un centímetro para solucionar su problema.