Del libro “Cómo
una mujer se convierte en BRUJA y un hombre en BESTIA” de Martha Alicia Chávez
Hay un sinnúmero de formas de agresión pasiva: “olvidar”
fechas o asuntos importantes para el agredido;
causarle algún problema o dañar “accidentalmente” un objeto preciado
para él; ridiculizarlo en público o
hacer bromas pesadas sobre su persona; llegar
tarde a una cita haciéndolo esperar por largo tiempo, etc. Y una brutal y cruel forma de agresión pasiva
la constituyen el silencio y la
indiferencia.
El caso que a continuación expongo es un claro ejemplo de
esta dinámica.
Camila era una mujer madura, inteligente y
atractiva. Alberto tenía las mismas
características. Ella, divorciada 25
años atrás, durante ese lapso fincó una sólida y exitosa trayectoria
profesional que le generaba muy buenos dividendos. Alberto, divorciado dos veces, estaba en el
proceso de terminación de una muy patológica relación de unión libre de nueve
años, en la cual el tema del dinero siempre fue una fuente de conflicto.
Camila y Alberto se enamoraron profundamente y decidieron
vivir juntos. Maduros como eran, no
esperaron mucho para dar este paso, ya que ambos afirmaban que sabían muy bien
lo que querían, y era estar juntos.
Alberto vivía al día. A sus 61
años no tenía logros en el aspecto económico; ni una propiedad, ni dinero
ahorrado, ni un seguro médico, ni patrimonio alguno. Por su parte, Camila, como futo de su arduo
trabajo y su capacidad, tenía propiedades y un sólido patrimonio. Aun así, era sencilla y generosa.
A ella no le importó la marcada diferencia entre ambos,
porque apreciaba enormemente las valiosas cualidades que veía en Alberto. El había alcanzado logros extraordinarios en
otras áreas de la vida que Camila apreciaba en todo lo que valían y que lo
convertían en un hombre admirable a sus ojos.
Además, consideraba que había muchas formas de aportar a la relación y
no todas tenían que ver con el dinero.
Por lo tanto, no tuvo problema alguno en proponerle que dejara la casa
que rentaba y se mudara a su agradable departamento, en el cual hizo los
ajustes necesarios para dar cabida a su amado y sus pertenencias. Hacerlo sentir bienvenido a su nuevo hogar –
el de ambos – fue prioridad para la enamorada mujer. Alberto propuso cubrir los gastos mensuales,
ya que ella pondría la vivienda. Ambos
estuvieron de acuerdo.
Al principio la relación marchaba de forma
excelente. Disfrutaban de una
convivencia maravillosa en todos los sentidos; compartían actividades;
amistades y gustos, a la vez que respetaban sus necesidades mutuas y sus
asuntos individuales. Alberto, con un
historial de relaciones conflictivas, repetía una y otra vez que nunca había
tenido una mujer tan sana emocionalmente ni se había llevado tan bien con una
pareja. Por su parte, Camila consideraba
que todos los años de esperar a un buen hombre con quien compartir su vida
valieron la pena para estar ahora con Alberto, a quien amaba y valoraba
inmensamente. El insistía en que quería
que envejecieran juntos y que dedicaría su vida a cuidarla, amarla y compartir
con ella. Camila le correspondía al cien
por ciento.
Alberto la presentó a su familia, a sus amigos y a todas
las personas importantes para él. Camila
hizo lo mismo. Ambos vivían la relación
de pareja de sus sueños.
En un momento dado, Alberto comenzó a cambiar. Muchos de sus comentarios giraban alrededor
del dinero y con resentimiento repetía una y otra vez: “A mí
no me importa el dinero”. Camila
nunca le mostraba – mucho menos le presumía – a cuánto ascendían sus ingresos,
que eran infinitamente mayores que lo de él;
sin embargo, era imposible ocultarlo y fácil deducirlo, debido a las
contrataciones y actividades profesionales que realizaba.
Alberto se mostraba cada vez más resentido y su discurso
de que a él no le importaba el dinero comenzó a ser casi obsesivo. Empezó a actuar con una fuerte agresión
pasiva hacia Camila: la dejaba con la
cena preparada para ir a cenar con amigos sin avisarle; le mostraba mala cara
desde el amanecer hasta el anochecer;
pasaba muy poco tiempo con ella, y – lo que resultaba más doloroso – la
ignoraba cuando hablaba, manteniendo un silencio y una indiferencia que hacían
realmente pesada la convivencia para Camila.
Ella le proponía que hablaran, que solucionaran lo que
fuera que estuvieran pasando, que lo superaran, pero él mantenía su postura de
soberbia, orgullo e indiferencia, sin mostrar interés alguno en resolver el
asunto que provocaba que adoptara esa actitud.
Una mañana Camila le dijo que verlo así la hacía dudar de
si estaba con ella porque la amaba o porque era cómodo para él. Él tomó el comentario de la peor manera
posible. Por más que Camila intentó
aclararlo, Alberto eligió quedarse con su interpretación distorsionada y
errónea, y contestó que se iría de la casa, que podía pagar una renta. Ella agotó todas las posibilidades a su
alcance para hacerlo entrar en razón y comprender el contexto en el que externó
aquel comentario. Le pidió una y mil
veces que no se fuera, le insistió en que solucionaran y dejaran atrás el
problema, pero él no pudo – o no quiso – salir de ese estado de orgullo y
agresión pasiva que ya se había vuelto parte de su vida cotidiana.
Y se fue….
Su decisión dejó a Camila devastada, porque no sólo dejó
el hogar, sino la relación también.
Después de sacar sus pertenencias, antes de despedirse, repitió por
enésima vez: “A mí no me importa el
dinero”. Con resentimiento y en tono de
reclamo, prosiguió: “Tú tienes cosas y
dinero, pero a mí eso no me interesa.
Aquí te quedas tú en tus cosas y tu dinero, pero sin mí”, Camila, inteligente como era, le
respondió: “Pues sí, me ha ido bien y
todo es producto de un arduo trabajo;
todo me ha costado, nadie me ha regalado nada. ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué lo tire? ¿Qué
me sienta culpable? Nunca te he visto
hacia abajo; al contrario, sabes que te admiro, te amo y te valoro más allá de
las palabras”. Pero el orgullo de
Alberto prevaleció por encima de las numerosas posibles reacciones que podía
mostrar.
Después de su partida hablaron un par de veces. En ambas ocasiones el volvía sobre lo
mismo; que ella tenía y él no, pero que
a él no le importaba el dinero. Ante los
incrédulos ojos de todos los que la conocieron, aquella hermosa y prometedora
relación acabó. ¡Camila luchó tanto por
rescatarla! Hasta que desistió en sus
intentos, al encontrarse siempre con un muro de orgullo y agresiones pasivas.
Lo cierto es que Alberto era un hombre acomplejado por su
limitada situación económica y por su conformismo, característica que se vio
confrontada ante el éxito de Camila. Su
machismo le impidió soportar que su mujer lo superara tanto en ese
sentido. Otro punto importante fue que,
acostumbrado a controlar, castigar y manipular a sus exparejas con darles o
restringirles el dinero – como muchos hombres lo hacen –, no supo cómo funcionar
en una relación donde el control que siempre tuvo en este aspecto y que lo
hacía sentirse “el hombre de la casa” no estaba en sus manos. Camila nunca tendría que rogarle que le diera
dinero para sus artículos de belleza, su ropa y sus cosas personales porque,
sencillamente, contaba con recursos de sobra para sufragar esos gastos.
Al final, Alberto quedó atrapado en su machismo, que le
hizo intolerable que su mujer gozara de una mejor situación económica y mayor
éxito profesional que él.
Ineludiblemente vemos que, en realidad, pese a lo que
solía aducir, el dinero le importaba tanto que fue justo por éste que dejó ir a
esa valiosa mujer que no le será fácil sustituir.
Con gran frecuencia, cuando alguien es incapaz de hacer
dinero opta por decir que éste no le importa.
¡Dios nos libre de los que afirman eso!
¡De ellos hay que cuidarse! La
experiencia me lo ha enseñado.
Camila me contó con enorme pena cuánto la lastimaban el
silencio y la indiferencia con los que Alberto la trataba. Ignorarla
cuando hablaba, no mirarla, no hablarle, no tomarla en cuenta, la lastimaba
terriblemente. Todas esas actitudes,
además del abandono, fueron la forma en que él la castigó por tener lo que
él no poseía: el dinero que, según
él, no le importaba. El único pecado de
Camila fue ser exitosa y próspera….y pagó un alto precio por ello.
Por increíble que parezca, uno de los temas más difíciles
de “perdonar” para la sociedad y para la familia es la prosperidad y el éxito que algunos de sus miembros pueden
alcanzar. Ello incluso implica que los
perciban como traidores. Se requiere
tener mucha conciencia y madurez para
darse el permiso de ser todo lo que se puede ser, aunque eso provoque en otros
– lo que no pueden (o no quieren) – envidia
o resentimiento.
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