miércoles, 26 de diciembre de 2012

Feliz Navidad y Año Nuevo 2013



Feliz  Navidad y un alegre, saludable y exitoso 2013





Reanudaré mis publicaciones a partir del 03 de Enero 2013


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jueves, 13 de diciembre de 2012

Del Libro “Una vida sin límites” de Nick Vujicic….




Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra y escritora, dijo que las personas son como ventanas con vidrios sucios:  “Brillan y centellan cuando sale el sol, pero, cuando cae la obscuridad, su verdadera belleza sólo se puede apreciar si hay una luz que provenga de adentro.”

Para vivir sin límites y, en especial, para sobrevivir la oscuridad de la depresión, la adicción a las drogas, el alcoholismo o cualquier problema importante, tú debes encender esa luz de adentro.  Debes creer en tu propia belleza y valor, creer que eres una persona capaz de marcar la diferencia, alguien que importa.
El primer paso trascendente para vivir una vida sin límites, es encontrar tu propósito.  Conservar la esperanza para el futuro y tener fe en las posibilidades, incluso en los tiempos difíciles, será lo que te mantenga en movimiento hacia tu objetivo.  Pero para sentirte pleno, tu corazón debe saber que tú eres merecedor del éxito y la felicidad.

Tengo un amigo que se siente tan cómodo consigo mismo, tan en paz y tan entusiasmado por desarrollar sus cualidades, que parece como si sólo irradiara buenos sentimientos.  Me encanta estar con él: se ama pero no es vanidoso, se acepta a sí mismo como un hombre bendecido aun cuando las cosas no salen como espera y a pesar de que lucha igual que tú y yo.
Estoy seguro de que conoces a gente que irradia ese tipo de vibra agradable, así como, tal vez, también conoces a gente que es todo lo opuesto, aquella cuya amargura y odio hacia sí misma aleja a todos.  El no aceptarse uno mismo, no sólo conduce a la autodestrucción, también a la soledad.
Si tu brillo no proviene de adentro, tal vez es porque dependes de que otras personas te validen, te den confianza y te hagan sentir apreciado.  Ten cuidado: ése camino sólo te va a conducir a la desilusión porque, antes que nada, debes aceptarte tú mismo.  La única medición importante de tu belleza  y de tu valor como persona, debe provenir de dentro de ti.

Lo sé, es fácil decir pero difícil de hacer, yo también he tenido que lidiar con esto.  Habiendo sido hijo de padres cristianos, siempre se me enseño que Jesús me amaba y que me había creado de acuerdo con su plan.  Por supuesto, todas las enseñanzas bíblicas de mis padres y los esfuerzos que hacía mi familia para animarme se derrumbaban cuando algún mocoso corría hacia mí y gritaba:  “¡Eres un fenómeno!”
La vida puede ser muy cruel, la gente es irracional o simplemente mala onda.  Así que debes ser capaz de buscar fortaleza dentro de ti y, si eso falla, siempre puedes mirar hacia arriba, hacia Dios, la fuente más poderosa de fuerza y amor.

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jueves, 6 de diciembre de 2012

Del Libro “Bienveida al Club de las cuarentonas felices” de Rosaura Rodríguez….


  

¿Dónde están los menús para las cuarentonas?  No hay derecho a que los restaurantes pretendan que a mi edad yo pueda leer esas letras minúsculas y encima a la luz tenue de una lámpara.  Cualquier toque romántico que puedan tener las velas o la media luz se convierten en un suplicio.  Si osé llegar al restaurante con un nuevo galán sintiéndome la más sexy y atractiva del pueblo, en el instante en que me entregan el menú, me bajaré de la nube para recordar que ya no estoy en edad de leerlo y mucho menos para citas de amor.  Desinfle total porque el término Blind Date, cita a ciegas, que usan los americanos para describir una cita con alguien que uno no conoce, en los cuarenta se convierte en un asunto generalizado.  Independientemente de que se conozca al galán o no a la hora de pedir la comida todas las citas son casi a ciegas.

Debo admitir que en los inicios de la presbicia, cuando todavía no había entrado en la etapa de aceptación de las recién adquiridas miserias de la edad, me convertía en la mujer ideal, dócil y complaciente.  Al menos esa era la imagen que daba cuando después de echarle un ojo al menú y darme cuenta de que si quería comer, los ojos no se me iban a llenar primero que la barriga, dulcemente le pedía al galán que eligiera por mí.  Al fin y al cabo, en esas primeras citas siempre se termina yendo al restaurante que ellos eligen, por lo que me quedaba divino decirle que ya que él conocía el sitio decidiera por los dos.

Cuando me cansé, no sólo de tanta sumisión sino de comer lo que no quería o limitarme a los especiales del día por aquello de que el oído si me funciona todavía y esos normalmente los recitan, llegó el descaro total.  Me compré las gafitas y antes de sacarlas en un restaurante siempre defiendo mis derechos de cuarentona haciéndole saber al mesero que es una falta de consideración con las de mi edad restregarnos en la cara a punta de menús que somos una viejas.  Eso sí, la presbicia me ha convertido en una mujer generosa en las propinas y desprendida con las cuentas.  Como no veo los números ya ni me tomo el trabajo de revisar.  Me limito a decirle al mesero que le sume el quince por ciento y a estampar mi firma en el  lugar que me dicen en un acto de fe matemático.

Y si los restaurantes no son considerados, los almacenes, los supermercados y fabricantes de medicinas como que no tienen cuarentones trabajando para ellos.  Aparentemente viven en un mundo en que la visión es de 20/20 para todos.  Ya no puedo ir de compras ni de arroz, ni de ropa, sin las gafas.  No veo los precios, confundo el seis con el ocho, no sé qué ingredientes incluyen las cajas o las latas, y me niego a comprar ciegamente.  Y es que me puedo pasar horas intentando abrir el pinche frasco de medicina porque como no alcanzo a leer las instrucciones no sé ni cómo abrirlas y mucho menos cómo tomarlas.  Las gafas de la presbicia se han convertido en el equivalente del bastón para el ciego y en mi casa ya hasta parecen adornos que se multiplican en mi mesa de noche, por aquello de leer, al lado de mi computadora por aquello de escribir, cerca de la estufa, porque es la única forma de que los espaguetis queden al dente, al lado del teléfono porque de nada me sirve el identificador de llamadas, de vital importancia para saber quién llama si no alcanzo a ver los números, en el baño para no salir maquillada como payaso, para que en la depilada de las cejas no se me vaya la mano, y porque el resto de las depiladas ya sea de axilas o piernas sin gafas me pueden convertir a plena luz del día en material perfecto para un buen taco de chicharrón. 

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