SOLICITO UNA PERSONA QUE ME ESCUCHE
Escucho esta anécdota:
Un tipo llama a su médico de cabecera:
“Víctor, soy yo, Juan. Estoy
preocupado por mi mujer, creo que se está quedando sorda: “¿Por qué dices eso?” “Porque la llamo y no
me contesta.” “Mira, puede que no sea
tan grave. A ver, vamos a detectar el nivel de sordera de tu esposa: ¿Dónde estás tu?” “En la recámara.” “¿Y ella?” “En la cocina. Bueno, llámala…” “Lupee…. No, no escucha.” “Bueno, sal de la recámara y grítale desde el
pasillo.” “Lupeeee… No hay respuesta.” “No te desesperes…. Llévate el inalámbrico, acércate a ella y
sigue llamándole….” “Lupeeee, Lupeeeeee…
No me contesta. Estoy parado en
la puerta de la cocina, la puedo ver de espaldas, está lavando los platos. Lupeeeee….
No me escucha.” “Acércate
más.” El tipo entra en la cocina, se
acerca a Lupe, le pone la mano en el hombro y le grita en la oreja: “¡Lupeeee!
La esposa, furiosa, voltea y le dice:
“¿Qué quieres?, ¡QUE QUIERES, QUE QUIEEEERES!, ya me llamaste como 10
veces y siempre te contesté “¿Qué quieres?” Cada día estás mas sordo, deberías consultar
“un doctor…”
Esto es un clásico diálogo de sordos. ¿Te ha pasado? La queja es generalizada: “ ¡No me escucha!” y…. ¡qué frustrante
es! ¿Cuántas veces tenemos esta
sensación en relación con nuestra pareja, hijos, jefes o gobernantes? ¿Cómo te sientes? ¿Qué problemas acarrea? Podríamos decir que, en la mayoría de los
casos, la conversación no existe. Es una
ilusión, una serie de monólogos que se interceptan. Eso es todo.
Escuchar es uno de los mejores y más amorosos regalos que
podemos darle a una persona,
especialmente cuando está herida, molesta o preocupada. Escuchar puede ser la diferencia entre aprobar o reprobar un examen,
fortalecer o destruir una relación, hacer o perder una venta, conseguir o
perder un trabajo, motivar o desanimar a un equipo, ganar o perder una
elección.
Abrir el alma no es asunto fácil y depende, en gran parte,
de quien nos escucha. A pesar de
nuestras buenas intenciones, es común que nos desconectemos y no pongamos
atención a lo que nos dicen. Una razón
es que nuestro cerebro puede captar las palabras tres o cuatro veces más rápido
de lo que una persona habla normalmente;
entonces, es fácil aburrirnos y desconectar la mente poco a poco
mientras el otro continúa hablando. Lo
irónico es que todos estamos ansiosos por contar nuestra historia y deseamos
que nos escuchen. En caso de no
encontrar una oreja compasiva y paciente, se me ocurren dos posibles
soluciones; podemos ir al psicólogo y
pagar 700 pesos por cada media hora, o bien, podemos poner un anuncio en el
periódico que diga lo siguiente:
SOLICITO UNA PERSONA QUE ME
ESCUCHE CON ATENCION
Que esté presente física
y psicológicamente, es decir, que cuando yo le cuente mi historia, me vea a los ojos, sin estar pendiente
de lo que sucede alrededor y que no se
distraiga ni se entretenga haciendo garabatos mientras yo hablo. Que sepa captar, mediante mis gestos y mi
lenguaje corporal, mi estado de ánimo, y que me invite a compartir mis
pensamientos con ella. Que no sólo escuche pedacitos de los que
digo mientras pone cara de que me escucha.
Quiero que nos sentemos frente a frente, a la misma altura, sin mesas ni
celulares, ni televisión de por medio;
que su postura sea relajada, que está atenta a lo que digo.
Que al hablar me deje el camino libre, que no hable, que no me dé consejos, que no me interrumpa con aseveraciones
o preguntas que sólo buscan información y que nunca están motivadas por el
interés de saber cómo me siento. Como me
gustaría que esta persona no tema a los silencios,
a las pausas que me ayudan a
reflexionar y ordenar mis pensamientos;
que sea empática, que sienta
lo que yo siento, que vea lo que yo veo y, si acaso prefiero guardarme algo,
que lo respete y no trate de abrir
la puerta a la fuerza.
Algo que me anima mucho es escuchar frases del tipo: “Cuéntame mas….” “¿De veras….?” “¡Qué bárbaro…!” “¿Entonces…?”
“Claro…” Me alientan porque me
hacen sentir escuchada.
Me gustan las preguntas prudentes, aquellas que son abiertas y me
ayudan a aclarar y ordenar mis sentimientos; preguntas como: “¿Qué pasa por tu mente?” o “te veo muy
contenta, ¿me quieres platicar?”
Desearía que esta persona, que busco con tanto afán, me escuche sin
juzgar, sin criticar, sin culpar y sin hacerme sentir mal por lo que digo. Me encantaría que me escuchara más allá de lo
que dicen mis palabras, que las traspase para captar la esencia de lo que
digo. Eso me invitaría a desenvolverme y
expandirme.
Yo, por mi parte, sentiría un gran alivio al contarle lo que
vivo y lo que siento. Me sentiría más
aceptada y amada. En agradecimiento, me comprometería a
devolverle, de la misma manera y en el momento que lo requiera, este regalo tan
grande y le haría saber que valoro su atención porque, cuando me escucha, yo me
escucho y eso me permite encontrar la mejor solución a mis preocupaciones. Informes al Tel…..
Ojalá la encuentres…..
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