Del libro “Los
Diez Retos” de Leonard Felder
“SOLO QUISIERA QUE EL DÍA
TUVIERA MÁS HORAS”
El caso de
Berenice muestra una versión distinta del apremio que muchos tenemos por hacer promesas que no estamos seguros de
cumplir. La primera vez que acudió a
mí para recibir asesoría, estaba sumamente desgastada por las fatigosas
exigencias de su vida. Tiene un trabajo
de mucha presión, tres hijos de entre nueve y diecisiete años, y un esposo
desempleado cuya recuperación de un grave problema en la espalda es más lenta
de lo esperado.
Como la mayoría
de nosotros, Berenice dice que a menudo siente la enorme presión de que le
tiene que ir bien por toda la gente que depende de ella. En consecuencia, a veces promete más de lo
que puede cumplir y se siente agotada por lo ocupada que la tienen sus
asuntos. Según lo explicó: “Recientemente reparé en que cuando mi jefe o
un cliente importante me piden que me dé prisa para terminar un proyecto que
categóricamente requiere de cierto tiempo adicional para ser bien hecho,
pareciera que no soy capaz de defender lo que sé que es mejor. A veces me oigo decir: ´Prometo tenerlo terminado tan aprisa como
usted lo necesita´, y luego todo se vuelve una frenética carrera para cumplir
con una fecha tope absurda y frecuentemente innecesaria”.
Berenice también
me dijo: “Me cuesta mucho insistir en lo
que sé que es mejor cuando esto podría decepcionar a alguien. Por
ejemplo, con demasiada frecuencia le he dicho a mis hijos ´Estaré en casa a las
seis de la tarde para que podamos repasar sus tareas´. Pero incluso mientras lo estoy diciendo, en
el fondo sé que es muy posible que tenga que trabajar hasta tarde. ¿Por qué nunca hablo claro y le digo a mi
esposo que él y los niños tienen que ocuparse de la cena sin mí y empezar con
las tareas antes de que yo llegue? Sólo quisiera que el día tuviera más
horas para hacer todo lo que la gente cuenta con que haré”.
Si adviertes que
tú o alguien que conoces se parece mucho a Berenice en el esforzarse para resistir
tanto ajetreo, es particularmente importante que tomes en serio las palabras
del Tercer Mandamiento: No hagas
promesas insensatas cuando en el fondo sabes que debes comprender tus límites o
admitir que necesitas más tiempo o asistencia.
A mis pacientes
de terapia los insto a hacer un ejercicio que puedes intentar por tu cuenta
para romper el hábito de sentirte inseguro y hacer promesas poco realistas a
personas por las que te interesas.
Durante toda una semana lleva una libreta diaria o un “memo” de
computadora con tus promesas y acuerdo verbales. Observa cuándo te sientes presionado o
exageras lo que puedes hacer. Date
cuenta de cuándo dices que sí a algo a lo se debieras haberte negado y cuándo
eres más realista y das en cambio un sí calificado. Un sí
calificado es cuando dices: “Si,
puedo hacerlo, pero necesitaré tiempo y asistencia adicionales, lo cual
conducirá a un mejor resultado”.
Si simplemente
comienzas a tomar nota de todas las veces que tus inseguridades te empujan a hacer alarde de más amor,
trabajo o fuerza de los que puedes dar, ése será tu primer paso hacia evitar
las promesas falsas o poco realistas. Te volverás una persona de palabra.
Cuando Berenice
hizo este ejercicio, al principio su lista incluía varias promesas poco
realistas. Prometía a su esposo e hijos
que compraría los abarrotes una noche después del trabajo, pero en el fondo
sabía que podría ser retenida por una reunión que amenazaba alargarse. También le hacía a un importante cliente la
malhadada promesa de tener lista una presentación más pronto de lo que sabía
era posible.
Pasaron varios
días de poner por escrito estas promesas poco realistas antes de que Berenice
comenzara a ir más despacio y preguntarse cada vez: “¿Qué es exactamente lo realista en esta
situación y que será innecesariamente fatigoso?” Necesitó unas cuantas semanas de asesoría
para aumentar su capacidad de defensa, pero finalmente aprendió a decirle a su
jefe y a sus clientes con tono tranquilo, cálido y seguro: “Me encantaría darle lo que
quiere, pero llevará un poco más de tiempo y asistencia. Sin embargo, estoy bastante segura de que el
tiempo y cuidado adicionales valdrán la pena”. En las noches en que no era realista prometer
estar en su casa a las seis, comenzó a decirle a sus niños y esposo: “Los amo y esta noche llegaré tarde. Así que saquen las sobras congeladas que
guardé el fin de semana y nos vemos tan pronto como esté de regreso”.
Como me dijo
Berenice el día que concluyó su asesoría:
“Hablar claramente sobre mis necesidades nunca me resultó cómodo. Mi costumbre era actuar como una mártir
santurrona y tratar de hacerlo todo sin permitir que nadie se diera cuenta de
la tensión a la que estaba sometida. De
modo que solía enfermarme a menudo o me resentía, pero nunca me detenía para
decir claramente: ´Esto es lo que puedo
hacer y esto es lo que requerirá de más tiempo y ayuda de otros´”.
También
comentó: “Tras años de saltar cada vez
que alguien dijera ´salta´, ahora estoy lentamente comenzando a darme cuenta de
que no me vean a odiar ni a despedirme por hacerles comprender de manera
realista mis límites como ser humano.
Hasta ahora, incluso con algunas quejas de mi jefe, mi esposo y mis
hijos, está claro que siguen sabiendo que pueden contar conmigo y que en
realidad no los he defraudado. De hecho,
creo que estoy rindiendo mucho más ahora que no prometo demasiado ni me fatigo
como lo hice durante tantos años”.
Al pensar en tu
vida, ¿hay momentos en que te sentiste apremiado a prometer cosas o impresionar
a alguien aunque una sabia voz dentro de ti dijera: ¿A quién crees estar engañando?” Considero esta primera interpretación del
tercer Mandamiento como un consejo saludable para hacer más conscientes y
confiables tu palabra, tus promesas y tus certezas. En lugar de sentirte apremiado a decir
automáticamente “Juro que lo haré”, tendrás la libertad de decir: “Permítanme
tomarme un momento y pensar de manera realista en lo que puedo hacer y en qué
puedo necesitar ayuda”.
.