Del libro: “Del otro
lado del miedo” de Mario Guerra.
LOS
DISFRACES DEL MIEDO
Enojo, ira o agresión
La ira parece ser el
disfraz favorito no sólo del miedo, sino de otras emociones y sentimientos como
la frustración, la pérdida, el fracaso, el abandono o la tristeza. ¿Y cómo no
serlo? Su presencia imponente aleja a todo lo que lastima o asusta. El miedo
nos merma, mientras que el enojo nos hace ver grandes.
Apatía, indiferencia o aburrimiento
Sé que en el mundo hay personas genuinamente
egoístas, narcisistas y que se muestran apáticas e indiferentes ante las
tragedias, las injusticias, el maltrato de personas y animales, las crisis
migratorias o el calentamiento global. Sin embargo, hay otras personas que, sin
tener algún problema de personalidad o ser de escasos valores, prefieren
voltear la cara para el otro lado y decir que esas cosas “no son de su
incumbencia” “para qué se involucran si ellos solos no harán la diferencia” o
incluso que todo lo que se dice por ahí no es más que una invención, que las
cosas no están tan mal. Quizá parezca que sientan muy lejanas las crisis y las
tragedias o tal vez demasiado cercanas.
A veces el miedo a confrontar una realidad que no se quiere ver hace que
muchos prefieran hacer que no les interesa antes que asumir que les asusta no
hacer lo suficiente para evitar el mal que les rodea.
Por ejemplo, si tienes miedo a morir ahogado dirás que no te interesa la natación. Así también, hay personas que comienzan una tarea o proyecto para después dejarlo a media porque dicen que ya les aburrió… Pero frecuentemente el aburrimiento no es sino otros disfraz del miedo para justificar, de manera más aceptable, el miedo a fracasar.
Desapego
La supuesta renuncia a amar por miedo a perder, o a no recibir lo mismo de vuelta, evoca al miedo existencial del aislamiento. Despierta nuestros miedos ancestrales a la soledad y la exclusión, a no ser parte del clan o grupo familiar. Es sentirnos tan atemorizados que es preferible convencernos que no necesitamos nada de nadie y que es mejor estar solos y desapegados para no sufrir, tanto que dicen por ahí: “Ni falta el que se va, ni sobra el que se queda.”
Procrastinación, pereza, inacción o ausencia de inspiración
Cuando el miedo nos habla para empujarnos a demorar o posponer situaciones o acciones, suele gritarnos cosas como: “No estás listo.” “Éste no es el momento perfecto.” “No eres lo suficientemente bueno, tienes que prepararte más antes de empezar.” “Es jueves, mejor empieza el lunes y así ya te vas de corrido con la semana.” “Necesitas descansar, así no vas a poder fluir”, entre otras joyas para lograr protegernos de un potencial fracaso. El punto es que el miedo acaba por decirte todos los días: “Mejor empecemos mañana.” Y no sólo nos habla, también no arroja distractores en el camino. Justo antes de iniciar la tarea que quieres hacer, pero no puedes, te das cuenta que el cajón de tu escritorio está desordenado; recuerdas que el otro día alguien te contó que fue a un parque muy bonito por tus rumbos y ahora tú necesitas investigar dónde está exactamente para ver si vas el sábado; recuerdas que hace mucho no le hablas a tu hermana para saludarla; que viste un meme hermoso de un gatito que te llevó a preguntarte cuántas razas de gato habrá, cuánto tiempo viven y cómo se reproducen. Es natural que temas tan fundamentales no te dejen avanzar en tus proyectos importantes, así que en resolverlos se te va el día, la semana, el mes y la vida entera. Y de verdad que yo sé en propia piel que no es falta de voluntad, sino miedo lo que te tiene paralizado.
Soberbia o arrogancia
Imaginemos que tienes un compañero o compañera de trabajo con quien, además, consideras que tienes una buena amistad. Te cae bien porque es una persona amable, divertida y solidaria. Además, parece disfrutar su trabajo. Un día, precisamente por sus méritos y antigüedad en la empresa, recibe un ascenso. Ahora es gerente de un área que acaba de crearse. En poco tiempo, todo cambia: aquella persona amable se ha convertido en alguien irreconocible, humilla a los demás, incluso les falta al respeto a la vez que parece que busca ser admirada y respetada por todas las grandes cosas que ha hecho y por todas las cualidades especiales que tiene. Lo lógico es pensar que a esta persona “se le subió el puesto”, que ahora si “enseñó el cobre” y toda su bondad no era sino una fachada para ocultar su verdadera naturaleza maléfica, ¿no es así? Sin embargo, es posible que el disfraz de la soberbia y arrogancia no lo usaba antes y ha recurrido a él para ocultar un miedo muy grande.
Optimismo irracional o excesiva confianza
He sido testigo de primera mano de cómo un familiar o la familia entera de una persona en condición terminal tienen tanto miedo de afrontar la verdad que se muestran irracionalmente optimistas no sólo con el enfermo, sino entre ellos mismos. Viven agarrados de un: “Todo va a salir bien”, “verás cómo te curas”, sin dar oportunidad para que se hable de lo importante o de lo que el enfermo quiera halar, mientras aún hay oportunidad.
Hiperactividad y practicidad
“No he tenido tiempo ni de pensar en eso ahora, ando con muchas presiones en el trabajo.” Permitir hacernos de tantas actividades que ya no tengamos tiempo para nada más puede ser otro disfraz del miedo y tiene la misma naturaleza que algunos de los que ya he descrito: la evitación del afrontamiento con lo que duele o lo que asusta.
Perfeccionismo
No pocas veces algunos pacientes me han contado, durante el desarrollo de su proceso terapéutico, cómo sus padres y otros adultos del entorno los presionaban para alcanzar la excelencia o les pedían ocultar o maquillar sus supuestos fracasos: “Te vamos a cambiar de escuela para que nadie sepa que vas a repetir el año.” “Si te preguntan en la familia si aprobaste el examen de grado les dices que sí, no quiero que me estén preguntando nada.” “Yo no te mando a la escuela a hacer amigos, te mando a estudiar y a aprender para que saques buenas calificaciones.” “Tú único deber es estudiar así que dedícate a eso.” “Si no puedes con la escuela te saco y te pones a trabajar.” “¿Por qué nunca estás en el cuadro de honor?” Estos mensajes, entre otros, van permeando en la mente infantil como instrucciones para la vida que hay que seguir como una cuestión de vida o muerte. Es como si el verdadero mensaje hubiera sido: “Siempre tienes que ser preciso, diligente, oportuno, adecuado, inteligente, carismático e infalible sin importar la condición o situación por la que estés pasando.” El miedo detrás de todo esto es justamente l miedo a decepcionar y a fracasar. A no ser lo suficientemente valiosos a los ojos de aquellos que nos aman y amamos.
Excusas
Las excusas y pretextos salen a relucir como un
disfraz del miedo al fracaso. Algunas personas se quedan en relaciones de
pareja insatisfactorias porque dicen que todos (hombres o mujeres, según sea el
caso) son iguales. Hay personas que se quedan en los trabajos que no les gustan
porque dicen que el mercado laboral es complicado. Otros dicen que no hacen
ejercicio porque no tienen tiempo, están cansados o la genética no les ayuda.
Los niños dicen que sus maestros los castigan porque los odian o sacaron mala
calificación porque las preguntas que venían en el examen no eran las que el
maestro les dijo que estarían ahí.
Hay tantos disfraces para el miedo como excusas
podemos inventar: “Todavía estoy muy
joven o ya estoy muy viejo.” “La economía del país no está pasando por su mejor
momento.” “No hay dinero.” “Ya perdí práctica.” “Nadie me apoya”. “NO tengo
experiencia o estoy sobre calificado.” “Qué tal que nos va mal.” … Hay quien
culpa a la salud, a la infancia, a la injusticia, al clima, a la mala suerte, a
su signo zodiacal o hasta que Mercurio está retrógrado y ahorita no conviene
arriesgarse. El miedo nos hace usar la
imaginación de maneras insospechadas.
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