jueves, 20 de junio de 2024

Del libro “Los 6 talentos laborales” de Patrick Lencioni

 

Del libro “Los 6 talentos laborales” de Patrick Lencioni

 

 

Los tres talentos receptivos son: pensamiento, discernimiento e influencia.

Las personas que sobresalen en PENSAMIENTO responden a su entorno observando la organización, la industria o el mundo que les rodea para generar preguntas.  No se proponen necesariamente cambiar el mundo que les rodea. Simplemente lo contemplan, lo asimilan y dejan que sus observaciones se desarrollen.

Los que tienen más DISCERNIMIENTO responden a las ideas o propuestas de los inventores, aportando comentarios, consejos o asesoramiento.  Son una parte importante del proceso de innovación, pero no son necesariamente los que lo provocan.  Mas allá de la innovación, a menudo responden a lo que el mundo les pone delante, e incluso lo seleccionan.

Las personas con INFLUENCIA responden a las peticiones expresadas de los demás, en la mayoría de los casos de alguien que solicita apoyo. Están dispuestos a proporcionar lo que necesita, e incluso son tan buenos adivinando lo que se desean que empiezan a proporcionarlo antes de que se haya especificado o solicitado completamente. Pero generalmente no inician el apoyo hasta que se necesita.

Los tres talentos disruptivos son: creatividad, facilitación y tenacidad.

Las personas con CREATIVIDAD ven un problema y proponen una solución novedosa que desafía el statu quo. Disfrutan de la oportunidad de crear caos útiles y, por tanto, de añadir valor a una situación.

Los que tienen el don de la FACILITACIÓN son claramente disruptivos. Inician el cambio reuniendo a la gente, llamando a otros para que se alisten en un proyecto o programa. Reclutan, organizan e inspiran a los demás, lo que, por definición, hace que la gente cambie sus prioridades en torno a lo que hay que hacer.

Las personas con TENACIDAD crean disrupción identificando los obstáculos o las barreras y sorteándolos. Están decididos a completar un proyecto sin importar lo que se interponga en el camino. Llevan a cabo cualquier cambio que sea necesario para lograr el éxito, independientemente de lo que haya que alterar en el proceso.

 

Es habitual que la gente valore más el talento disruptivo que el receptivo. Por supuesto, esto es incorrecto y peligroso. Los talentos receptivos y los disruptivos se alternan en el curso del trabajo, creando una especie de equilibrio y sinergia que es necesaria. Sin reflexionar o cuestionar, por ejemplo, no sirve de nada la creatividad. Y sin la evaluación y discernimiento de la idea de un inventor, esa invención tendrá muchas menos posibilidades de éxito. Y sin ayuda, el motivador más persuasivo no conseguirá que un programa se ponga en marcha. No cabe duda de que los talentos receptivos y los disruptivos son igualmente valiosos en el proceso de trabajo eficaz.


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Del libro “Comienza siempre de Nuevo” de Jorge Bucay

 

Del libro “Comienza siempre de Nuevo” de Jorge Bucay

 

 

Hace casi veinte años, escribí para mi hija Claudia un poema lleno de cosas encontradas, descubiertas y aprendidas, seguramente en un intento de reemplazar alguno de esos mandatos que, quizá, deslicé sin darme cuenta.  Hoy comparto contigo estas palabras, con el deseo de que la vida ya te haya ido enseñando todas estas cosas que alguna vez puse por escrito, con el corazón lleno de emoción:

Antes de morir, hija mía,

quisiera estar seguro de haberte enseñado…

a disfrutar del amor,

a enfrentar tus miedos y confiar en tu fuerza,

a entusiasmarte con la vida,

a pedir ayuda cuando la necesites,

a decir o callar según tu conveniencia,

a ser amiga de ti misma,

a no tenerle miedo al ridículo,

a darte cuenta de lo mucho que mereces ser querida,

a tomar tus propias decisiones,

a quedarte con el crédito por tus logros,

a superar la adicción a la aprobación de los demás,

a no hacerte cargo de las responsabilidades de todos,

a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia,

a dar porque quieres y nunca porque estés obligada a hacerlo.


Antes de morir, hija mía,

quisiera estar seguro de haberte enseñado…

a exigir que se te pague adecuadamente

por tu trabajo,

a aceptar tus limitaciones

y vulnerabilidades sin enojo,

a no imponer tu criterio ni permitir

que te impongan el de otros,

a decir sí, sólo cuando quieras

y decir que no, sin culpa,

a tomar más riesgos,

a aceptar el cambio y revisar tus creencias,

a tratar y exigir ser tratada con respeto,

a llenar primero tu copa y después

la de los demás,

a planear el futuro sin intentar

vivir en función de él.

Antes de morir, hija mía,

quisiera estar seguro de haberte enseñado…

a valorar tu intuición

a celebrar las diferencias entre los sexos,

a hacer de la comprensión y el perdón

tus prioridades,

a aceptarte así como eres,

a crecer aprendiendo de los desencuentros

y de los fracasos,

a no avergonzarte de andar riendo a

carcajadas por la calle, sin ninguna razón,

a darte todos los permisos, sin otra restricción

que la de no dañar a otros ni a ti misma.

Pero sobre todo, hija mía,

porque te amo, más que a nadie,

quisiera estar seguro de haberte enseñado

antes de irme para siempre,

a no idolatrar a nadie…

y a mí, que soy tu padre, menos que a nadie.

 

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viernes, 7 de junio de 2024

Del libro “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra - Miedo a equivocarse

 

Del libro “Del otro lado del miedo”  de Mario Guerra

 

MIEDO A EQUIVOCARSE

No tengas miedo de cometer errores.

Pero si lo haces, comete otros nuevos.

La vida es demasiado corta para tomar

la decisión equivocada dos veces.

JOYCE RACHELLE, escritora.

 

No es casualidad que este miedo esté presente en tantas personas si reflexionamos acerca del hecho de que ante los errores sostenemos una actitud ambivalente; es decir, muchas veces estamos más dispuesto a perdonar los de los otros, pero somos extremadamente críticos con los propios. Una vez más aparecen las voces que vienen desde el interior de la cueva.

Si nuestra salud mental es buena, entenderemos que un niño pequeño que comete errores lo hace porque está aprendiendo, pero aun así invertimos gran cantidad de energía tratando de enseñarles a no cometerlos, y menos enfrente de los demás.  Es un poco de ese otro miedo muy conocido: el temor al “qué dirán”. 

De hecho, a veces se cree que el refuerzo positivo con los niños los hará cometer menos errores.  Decirle a un niño que es muy inteligente o que lo hecho muy bien sólo cuando ha obtenido un resultado esperado puede ser contraproducente.  Debemos elogiar el esfuerzo más que el resultado.  Hacerles creer que equivocarse está “mal” hace que los niños tengan miedo de arriesgarse a cosas más complejas por el miedo a no hacerlas “bien” y sentirse humillados ante los demás al quedar como “tontos.”  Los niños que sienten que el esfuerzo es más importante que parecer inteligente ante los demás suelen estar menos temerosos y más dispuestos a enfrentar retos cada vez más complejos.  Entonces, ¿hay que dejar que se equivoquen sin intervenir nunca? Yo no dije eso; lo que quiero decir es que conviene que evitemos como padres malignizar los errores de los hijos para no crear involuntariamente monstruos en su cabeza.

Nadie es feliz cometiendo errores; de hecho, no nos gusta mucho equivocarnos y es esa sensación la que de forma natural hace que busquemos enmendar y mejorar. Pero de eso a temerle, hay un gran paso y no precisamente positivo. El miedo a equivocarnos puede hacernos evitar encuentros sociales, aprender algo nuevo o postergar una tarea por miedo a hacerla mal.

Aquí es de utilidad recordar que la evolución de la vida en la Tierra, incluyendo por supuesto a nuestra especie, parece ser el resultado de un proceso de millones de años de “ensayo-error.”  Somos el mejor resultado posible porque otras combinaciones menos aptas no sobrevivieron.  Aun así, como dije, tenemos un doble rasero; si un amigo se equivoca, le decimos que no se sienta mal porque los errores son parte del crecimiento y del aprendizaje natural. Si nos pasa a nosotros, simple y llanamente somos unos imbéciles.

El miedo a equivocarse muchas veces no viene solo y puede conducir a algunas personas a desarrollar procesos ansiosos que los hagan caer en una obsesiva búsqueda de una supuesta perfección. Sin embargo, como no importa qué tan bien se hagan las cosas, siempre pueden hacerse al menos un poco mejor, el perfeccionista sufre de manera interminable a manos de la frustración e insatisfacción eternas y, por supuesto, hace sufrir a otros con sus rígidas reglas, descalificación y regaños constantes.  Los perfeccionistas son menos arriesgados, siempre buscan ir a la segura y, no pocas veces, por su ansiedad, hacen las cosas peor que el resto (o, al menos, las hacen menos disfrutables).

El miedo a cometer errores que conduce al perfeccionismo también es causa de algo que se conoce como “comportamientos de seguridad” que son como pequeños y meticulosos comportamientos para protegerse de los peligros percibidos. Una persona perfeccionista puede pasar horas dedicada a una actividad para asegurarse de que esté libre de errores. 

Por cierto, los padres perfeccionistas son los que más influyen en el miedo a cometer errores en sus hijos y es algo que, de no tratarse, pueden arrastrar hasta la vida adulta empezando el ciclo otra vez.  Como ya dije, el miedo a cometer errores y el miedo a la humillación van de la mano.  Si creemos que equivocarse en algo es lo peor que nos puede pasar, es como si estuviéramos violando una regla social y de ahí a la humillación no hay nada de distancia.

¿Cómo tratar este tipo de miedo?  Curiosamente entrando a la cueva, es decir, haciendo lo que más temes, pero de manera controlada.  Cometiendo de manera intencional pequeños errores e imperfecciones de consecuencias leves para que vayas familiarizándote con tu humanidad.

 

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