jueves, 30 de agosto de 2012

Del Libro “Bienveida al Club de las cuarentonas felices” de Rosaura Rodríguez….




Pero no, la memoria a esta edad, es como el período de cualquier menopáusica, viene y se va a su antojo amenazándonos constantemente con un final en el que no seremos capaces de engendrar ningún recuerdo.
- No es tan grave – me dijo una amiga -,  es el Alzheimer.  Ese alemán que nos tiene loquitas a todas.  Un mal de la vida moderna.
- Pues vaya forma de modernizarnos a estas alturas de la vida.  Y a mí sí me preocupa.  No sé dónde tengo la cabeza.
- Pues el otro día leí en un libro que lo mejor para eso es empezar a asociar las cosas.
- ¿Asociar?
- Si, por ejemplo, si tienes que comprar leche.  Esa mañana visualizas la vaca antes de salir de tu casa, te imaginas todo lo que tenga que ver con la vaca, el toro, el potrero, y de esa manera recordarás que tienes que comprar leche.
- ¿Me quieres decir que yo, que no me acuerdo ni de comprar la leche me tengo que acordar de todas esas cosas para poder comprarla?
-Bueno, eso es lo que dicen y si no toma Gingko Biloba.  Es lo que recomiendan para recuperar la memoria.
Ahora si esto tenía sentido.  Una medicina que pone a funcionar mi memoria.  El fin de mis males empastillado en un frasco.  Con tres que me tomara al día en cada comida, eso decían las instrucciones, recordaría hasta mi vida uterina.  Tenía mis dudas.  ¿Si era tan buena y efectiva por qué no se ha convertido en “El” descubrimiento? “Por qué la mayoría de los mortales continúan con la cabeza perdida?
La respuesta me llegó a la semana de tenerla en mi casa.  Y digo tenerla porque la realidad es que se me olvidaba tomarla.  Sí, me tomaba la pastilla de la mañana, el único momento en el día que tengo una rutina, pero como que la dosis no era suficiente para que recordara que debía tomarme las otras dos.  Definitivamente esta medicina mágica para la memoria, en mi caso, se convirtió en una maldición.  Ahora resulta que me pasaba todo el día intentando recordar si me la había tomado o no.  El colmo de los colmos, a todo lo que ya no recordaba se le agregaba el intentar recordar si ya había consumido la cápsula que se suponía me iba a ayudar a recordarlo todo. 

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jueves, 23 de agosto de 2012

Del Libro “Las Dos Ancianas” de Velma Wallis




…  Aunque creía que abandonar a dos ancianas desamparadas era el peor acto que el Pueblo podía llevar a cabo, Shruh Zhuu luchaba consigo mismo.  Su madre vio como la furia asomaba a sus ojos y adivinó que estaba a punto de protestar.  Se le acercó rápidamente y le susurró al oído con insistencia que no lo hiciera, que los hombres estaban lo bastante desesperados como para cometer cualquier crueldad.  Shruh Zhuu observó las caras sombrías de los hombres, así que se mordió la lengua aunque en su corazón siguió latiendo la rebeldía.
Por aquel entonces, a los jóvenes se les enseñaba a cuidar bien sus armas, a veces mejor que de sus seres queridos, porque de ellas dependería su subsistencia cuando fueran hombres.  Si un joven no utilizaba sus armas como era debido, o las empleaba para un fin distinto al acostumbrado, era castigado con dureza.  A medida que crecían, los muchachos aprendían el poder de sus armas y el significado que tenían, no sólo para su propia supervivencia sino para la de todos.
Shruh Zhuu dejó a un lado todo lo aprendido y renunció a su propia seguridad.  Sacó del cinturón su hacha, fabricada con afilados huesos de animales atados firmemente con babiche duro, y la colocó sigilosamente en una rama espesa en lo alto de un tupido abeto joven, oculta a los ojos del Pueblo.
Mientras la madre de Shruh Zhuu hacía un fardo con sus pertenencias, él se giró hacia su abuela.  Ella parecía no mirarle, pero Shruh Zhuu, cerciorándose de que nadie le miraba, señaló con el dedo su cinturón vacío y luego el abeto.  Una vez más, dirigió a su abuela una mirada desesperanzada, se volvió con pesar y se fue caminando hacia los otros, deseando con todas sus fuerzas hacer algo para que terminara aquel día de pesadilla.
El grupo de gente hambrienta se alejó poco a poco, abandonando a las dos mujeres, que permanecieron sentadas con la misma expresión de aturdimiento, sobre una pila de ramas de abeto.  La pequeña hoguera reflejaba un suave resplandor anaranjado en sus rostros curtidos.  Pasó mucho rato antes de que el frío sacara a Ch’idzigyaak de su estupor.  Había visto el gesto desvalido de su hija pero creía que su única hija hubiera debido defenderla aún a costa de su propia vida.  El corazón de la anciana se ablandó al pensar en su nieto.  ¿Cómo iba a albergar rencor hacia un ser tan joven y cariñoso?  Los otros merecían su ira, ¡sobre todo su hija!  ¿No le había enseñado a ser fuerte?  Lágrimas ardientes, incontrolables, corrieron por su rostro.
Justo entonces, Sa’ levantó la cabeza y vio las lágrimas de su amiga.  Su corazón se llenó de ira.  ¿Cómo se habían atrevido? Las mejillas le ardían por la humillación.  ¡Ninguna de las dos estaba cerca de la muerte!   ¿No habían cosido y curtido a cambio de lo que recibían?  No tenían que cargarlas de un campamento a otro.  No estaban desamparadas ni indefensas; sin embargo, las habían condenado a muerte.  Su amiga había visto pasar ochenta veranos, ella, setenta y cinco.  Los viejos a quienes había visto abandonar cuando era joven estaban tan cerca de la muerte que algunos se habían quedado ciegos y no podían ni andar.  Pero allí estaba ella.  Aún caminaba, veía, hablaba, y aun así… ¡bah!  Los jóvenes de hoy buscaban el camino más fácil para escapar de las dificultades.  Mientras el aire frío apagaba el fuego, Sa’ cobraba vida con un fuego interior más fuerte, como si su espíritu hubiera absorbido  la energía de las brasas, ahora resplandecientes, de la hoguera.  Se acercó al árbol y recuperó el hacha mientras, con una suave sonrisa, pensaba en el nieto de su amiga.  Con un suspiro se acercó a su compañera, que aún no se había movido, y miró el cielo azul.  Para sus ojos experimentados, el azul en esa época de invierno significaba frío;  y a medida que la noche se acercara el frío sería más intenso.  Con expresión preocupada, Sa’ se puso de rodillas junto a su amiga y le habló con voz suave pero firme:
- Amiga mía – Hizo una pausa con la esperanza de que acudiera en su ayuda la fuerza que no sentía-.  Podemos quedarnos aquí sentadas esperando la muerte.  No tendremos que esperar mucho… - Su amiga levantó la vista con los ojos llenos de pánico y Sa’ añadió de inmediato -:  El momento de abandonar este mundo no ha llegado para nosotras todavía.  Pero moriremos si permanecemos aquí sentadas esperando.  Eso demostraría que ellos tenían razón al creernos indefensas. 
Ch’idzigyaak escuchó aterrorizada.  Al ver que su amiga se resignaba peligrosamente a ese destino impuesto, Sa’ la instó con más energía:
- ¡Sí!, en cierto modo nos han condenado a muerte!  Creen que somos demasiado viejas e inútiles.  ¡Se olvidan de que también nosotras hemos ganado el derecho a vivir!  Así que, amiga mía, vamos a morir luchando, no sentadas.

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jueves, 16 de agosto de 2012

Del Libro “Cuando los niños preguntan” - Sobre DINERO y ESCUELA, de Chick Moorman y Thomas Haller.



No tienes que esperar a ser más grande



Los niños pueden hacer dinero, tener un negocio, ahorrar dinero, invertir en la bolsa de valores, y donar a la caridad.  El dinero no sólo es para los adultos.  Es para quien sea que tiene padres que están deseosos de ayudar a que los niños sean educados en finanzas.
Richard estaba aburrido en el verano y quería poner un puesto de limonada.  Su madre le dijo “Hoy no.  Es mucho problema hacerlo en este momento.  Puedes hacerlo cualquier otro día en las vacaciones”.  Y entonces lo llevó a comprar un helado.
Wendy también se aburrió en el verano y ella también quería poner un puesto de limonadas.  Su madre le dijo “A ver, cuéntame.  Quiero que me digas el qué, por qué, dónde, cuándo y a quién estás pensando venderlas.”  Después de una larga discusión, llevó a su hija a comprar provisiones para preparar limonada.
Ambos niños aprendieron importantes lecciones de los resultados de su idea del puesto de limonadas.
Richard aprendió:
1.-  Un niño de ocho años no tiene mucho poder.
2.-  Es difícil que tomen en cuenta tus ideas, o incluso que sean escuchadas.
3.-  Puedes ganarte un helado si olvidas tu idea y no la mencionas de nuevo.
4.-  “Algún día” significa NUNCA

Wendy aprendió:
1.-  Los padres te escuchan e invierten tiempo para oír tus pensamientos e ideas, a pesar  de que algunas veces no estén de acuerdo con ellas.
2.-  Se requiere de una inversión de capital para iniciar un negocio.   “¿Dónde vas a conseguir el dinero para iniciar este negocio?”  su mamá preguntó.  “De ti,” la pequeña de ocho años respondió.  “No creo,” su mamá le contestó, “a menos que quieras pagarme intereses.”
3.-  Si no tienes dinero, otras personas estarán felices de prestártelo, si estás dispuesto a pagarles por ese servicio.  Después de escuchar que se le cobrarían diez centavos por cada peso que necesitara para comenzar, Wendy le dijo a su mamá “probablemente tengo suficiente en mis ahorros.”
4.-  Ayuda a hacer algo de planeación antes de comenzar un negocio.  “¿Cuánto voy a necesitar?” preguntó Wendy, “No estoy segura” le dijo su mamá.  “¿Por cuantos días piensas hacer esto y durante cuanto tiempo?”  ¿Cuánto vas a cobrar y dónde vas a hacerlo?  ¿Tienes un objetivo de venta?”
5.-  El lugar es importante.  El primer día de la semana Wendy se instaló frente a su casa.  Tuvo cinco clientes en toda la tarde.  Al día siguiente, Wendy puso su mesa en el jardín de su abuelita durante la venta de garaje.  Vendió todo en dos horas y tuvo que resurtir.
6.-  En los negocios puedes ayudar a las personas y hacer dinero.  Los clientes de la venta de garaje estaban acalorados y sedientos.  Ellos apreciaron mucho el servicio que les dio Wendy, y algunos hasta dieron generosamente una propina.  Ella ayudó a los clientes a estar frescos y a saciar su sed.  Ellos le ayudaron a ganar cuatrocientos pesos.  Claramente era una situación de ganar/ganar.
7.-  Siempre da a las personas más de los que vale su dinero.  Además de una limonada bien fría, Wendy les dio servilletas, una sonrisa y rellenaba sus vasos sin costo.  Muchos de los clientes volvieron a pagar cuando pedían que se rellenara el vaso.
8.-  El crédito no es necesario.  Wendy pagó por las provisiones para arrancar, de sus ahorros.  Pagó en efectivo, vendió en efectivo y guardó su dinero en efectivo cuando terminó.  Una tarjeta de plástico no fue necesaria para ninguna transacción.
9.-  Es importante dar algo a cambio.  Wendy dispuso el diez por ciento de sus ganancias para el frasco de la caridad de la familia al terminar su venta de limonadas.  Simplemente modeló lo que había visto que sus padres hacían muchos domingos por las tardes.
10.  Hacer una limpieza es necesario.  Justo cuando Wendy estaba por irse, su abuela le dio una bolsa de basura par tirar los vasos y servilletas que se habían quedado en el jardín.  Wendy estaba cansada y quería irse a casa, pero se dio cuenta de que limpiar era su responsabilidad.

Wendy y Richard tuvieron veranos interesantes.  Un niño aprendió varias lecciones sobre la economía sobre cómo iniciar un negocio.  El otro no.    Uno aprendió sobre responsabilidad, esfuerzo, persistencia y planeación.  El otro no lo hizo.  Uno aprendió que puedes establecer una meta y alcanzarla.  El otro no.  Uno tiene un padre que sabe que un puesto de limonadas ofrece oportunidades increíbles para  aprender los principios de éxito de la vida.  El otro no. 

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jueves, 9 de agosto de 2012

Del Libro “Como hablarle a los hijos” de Chick Moorman


  
“Ya veremos.”

“¿Puedo pasar la noche en la casa de Marta?”
“¿Me llevarás al centro comercial más tarde?”
“¿Puedo invitar a cuatro amigos a dormir aquí para mi cumpleaños?”
“¿Estaría bien si tomara el coche en la tarde el sábado?”
“¿Por qué no me invitas al cine si saco un 10 en mi boleta de calificaciones?”

A estas preguntas y otras similares, con frecuencia los padres responden con, “Ya veremos”.  La frase “ya veremos” es una forma de hablarle a los hijos que quita un problema de inmediato de nuestas vidas, lo pospone y se lo pasa a nuestros hijos.  El problema principal para los niños respecto a la respuesta, “ya veremos”, es que no es una respuesta.  A ellos les suena y lo sienten más como una táctica de los padres para darle largas al asunto y, en muchas ocasiones, es exactamente eso.

La frase “ya veremos” no trae una conclusión; no hay resolución a la petición y el hijo se queda preguntándose, cuándo y si acaso recibirá una verdadera respuesta.  La incertidumbre de la situación y su incapacidad de hacer algo para obtener una respuesta, les produce angustia y sentimientos de impotencia.

Cuando puedas, usa una forma de hablarle a tus hijos que defina inmediatamente la situación.  Si tu respuesta es “no”, dilo rápidamente, con claridad y certidumbre.  No uses “ya veremos” como la manera fácil de salir de una situación que no quieres enfrentar.  Si tu respuesta es “si”, dila también de forma clara.

En ocasiones, los padres necesitan realmente tiempo para considerar la petición de sus hijos.  Si es el caso, es apropiado usar una forma de hablarles, que explique tu incertidumbre y comunique tu intención de dar una respuesta precisa más tarde.
“No estoy segura.  Déjame tomar algo de tiempo para pensar en esto.  Te avisaré durante la cena.”
“Necesito pensarlo seriamente.  Regresa a checarlo conmigo antes de dormir y te dará mi decisión.”
“Esta es la primera vez que me pides algo así.  Es importante que lo piense.  Te daré mi respuesta en una hora.”
El especificar cuándo darás una respuesta, quita parte de la duda y la incertidumbre que rodean la petición.  Aunque los hijos no estén seguros, en este momento, de cual será tu respuesta;  por lo menos saben cuándo tendrán una decisión.  Para fortalecer la confianza en tu relación, apoya tu forma de hablarle a tus hijos, haciéndoles saber tu decisión a tiempo. 

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jueves, 2 de agosto de 2012

Del Libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez….



 ¿Cómo ayudar a tus hijos a superar su complejo de inferioridad?


Podríamos definir el “complejo de inferioridad” como el sentimiento y la creencia de valer menos que los demás.  El complejo de inferioridad y la baja autoestima van siempre de la mano y se gestan desde que somos niños. 
Para un pequeño, lo que dicen sus padres y los adultos significativos para ellos es la verdad absoluta.  En esta etapa de la vida no tenemos la capacidad de discernir y formular pensamientos abstractos como:  “Mamá / papá me acaba de decir que soy un niño insoportable y horroroso, pero no lo soy;  me lo dice porque tiene muchos problemas en el trabajo o le duele la cabeza”. 
El pequeño simplemente introyecta lo que se dice acerca de él y esto se convierte en la única verdad.  Todo lo que una criatura escucha sobre sí misma va formando su autoconcepto.  Y así, de tanto oír que es “malo” (cualesquiera que sean las palabras con las que se le exprese), se va convenciendo de que no vale.
Así, también, algunos actos de los padres le mandan a un niño el mensaje de “me importas menos que otros, te amo menos, vales menos”.  Por ejemplo, cuando a un hijo le hacen una gran fiesta de cumpleaños y al otro simplemente le tocan las prendas usadas y viejas que van dejando los otros; cuando por la misma conducta a uno se le pega o castiga y al otro se le permite y no se le hace nada;  cuando a uno siempre le creen los chismes que da sobre su hermano y al otro nunca le creen; cuando se le había prometido llevarlo a cierto lugar, y con la mano en la cintura no se le cumple porque surgió algo “mas importante”, etcétera.
Cuando nos convertimos en adultos, la tendencia natural e inconsciente es compensar ese complejo de inferioridad volviéndonos exitosos, obteniendo logros y destacando de alguna manera en diversas áreas de la vida.  Esta sería, en todo caso, una forma sana de resolver nuestro complejo de inferioridad.  Pero lamentablemente esto no es lo que a todos les sucede.  Para muchas personas este problema se vuelve como un tatuaje que llevan durante toda su vida, una cárcel que les impide salir adelante y tener éxito en sus relaciones, su profesión, su economía y en toda su vida en general.
Ya sea que la persona adulta sea capaz de compensar su complejo de inferioridad con logros o no, éste la mortifica, le causa pena y dolor y le hace la vida mucho más difícil. 
Algunos padres tratan de ayudar a sus hijos a superar su complejo de inferioridad presionándolos para que hagan ciertas cosas o criticándolos por ser como son, tal como una madre hacía con su niña, a quien constantemente le decía: “ ¿Qué no te molesta ser tan ‘poquita’?”, acompañando sus palabra con un tono de voz y un lenguaje corporal realmente humillantes.  Es más que obvio que la presión o la crítica no sirven sino para reforzar y empeorar el problema. 
Lo  que sí puede ser eficaz para ayudar a tu hijo a superar su complejo de inferioridad es llevar a cabo acciones como las siguientes?
*  Háblale de lo que sí hace bien, de lo que sí te gusta de él / ella.  Dile muchas cosas positivas y valiosas sobre sí mismo, pero nunca las inventes, porque mentir sobre esto es peor que no decirlo.  Exprésale solamente lo que en verdad creas.
*  Enrólalo en actividades extraescolares, que vayan de acuerdo con sus intereses, habilidades y talentos, porque en ellas experimentará muchas veces la sensación de logro, capacidad y éxito.
* Cuando le llames la atención NO necesitas humillarlo ni criticarlo.
*  Cuando le llames la atención usa un lenguaje “temporal”, en lugar de uno “permanente”;  por ejemplo:  “Limpiaste el baño muy mal”, en vez de:  “Eres un cochino”; “Me dijiste que ya habías terminado la tarea y es mentira:, en lugar de:  “Eres un mentiroso”.
Motívalo de manera amorosa y respetuosa para que se atreva a hacer cosas o enfrentar situaciones que le asustan, haciéndole saber que se sentirá increíblemente bien y orgulloso de sí mismo después de haberlo hecho, ayudándole a ver que ahí estás tú apoyándolo para lo que necesite.  También ayúdale a tomar conciencia de los siguientes factores, ya que hacerlo nos sirve enormemente para perder el miedo a enfrentar ciertas cosas o por lo menos para bajarlo de intensidad:  “¿Qué es lo peor que puede pasar si te atreves a hacerlo?  En caso de que sucediera, ¿te das cuenta de que no es el fin del mundo?, etcétera.
* Amalo incondicionalmente.  Hazle saber que, sea como sea y si las cosas le salen bien o si se equivoca, de tosas maneras lo amas.

Ningún ser humano debería ir por la vida sintiéndose inferior a otros, porque no lo es.  Haz a tus hijos el gran favor de convencerse de ello.
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